Oigo hablar mucho de autoestima en mi día a día como profesional y cómo no, a través de las redes sociales, pero observo que no siempre se entiende bien lo que realmente significa este concepto.
Muchas veces se confunde con la seguridad, pero es un constructo que va más allá. Su verdadera función es bastante más íntima, más profundo, con esto quiero decir que la autoestima no es sólo un juicio del tipo: me gusto, no me valoran o tengo éxito, sino un vínculo silencioso y constante que mantenemos con nosotros mismos.
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Se podría decir que el nivel de autoestima nos dice cómo nos tratamos ante los errores, las dudas o el rechazo. Dependiendo cómo sea si una autoestima sana o baja nos afecta a nuestras decisiones: lo que toleramos, lo que pedimos o lo que nos negamos.
He conocido personas que parecen seguras ante los demás, pero en su interior sólo hay desaprobación y rechazo hacia si misma/o. Esa brecha es un indicador de que la autoestima no es solo apariencia. En este artículo quiero ayudarte a descubrir qué es realmente la autoestima, cómo se forma, qué ocurre cuando se debilita y, sobre todo, cómo empezar a fortalecerla con estrategias que no solo se comprendan, sino que se integren en tu vida.
¿Qué es la autoestima y por qué importa más de lo que crees?
“Desde lo que piensas al mirarte al espejo hasta lo que aceptas por no incomodar, eso también habla de autoestima.”
La autoestima no se enseña como una lección ni se memoriza como una fórmula. Se crea de forma sutil, momento a momento, sin darnos cuenta. Está en cómo te hablas por dentro, en las decisiones pequeñas que tomas sin pensarlo mucho, en lo que eliges callarte para no molestar, o en lo que pospones porque dudas de ti.
El psicólogo Morris Rosenberg la definió como “una actitud favorable o desfavorable hacia uno mismo”. Esa actitud, que aunque no siempre la veamos, lo tiñe todo: lo que aceptamos, lo que rechazamos, lo que nos permitimos sentir y lo que nos cuesta sostener. A veces se disfraza de exigencia, otras de resignación. Pero siempre está.
Y no es estática. Se transforma con las relaciones que has tenido, con lo que te dijeron de pequeña, con los logros que celebraste, y con los que pasaste por alto, Es como un tono de fondo que no siempre escuchas, pero que define el ritmo con el que vives.
Nathaniel Branden, psicólogo y autor de numerosos libros sobre este tema expone que: “La autoestima tiene dos componentes esenciales: la confianza en nuestra capacidad para pensar y para enfrentarnos a los desafíos de la vida, y el respeto hacia nosotros mismos como personas dignas de ser felices”. En otras palabras, no basta con saber que vales si no tienes la convicción de que mereces ser amado y mereces estar satisfecho contigo mismo.
¿Por qué es más importante de lo que imaginamos? Porque afecta mucho más que a tu estado de ánimo. Se nota en lo que sueñas, en lo que toleras, en cómo reaccionas cuando algo te sale mal o cuando alguien no te ve. Porque es el trampolín silencioso desde el que decides si saltar o quedarte quieta en la vida. Porque condiciona tus relaciones, tu manera de ponerte límites, tus creencias sobre ti misma e incluso el tono con el que te hablas cuando nadie te escucha.
Muchas veces no se trata de que no puedes, sino de que no crees que tienes derecho. La autoestima opera desde ahí: desde ese rincón silencioso donde decides si vas a intentarlo… o si mejor no molestar.
Y no se trata de alcanzar una versión ideal de ti. No hace falta tenerlo todo claro ni sentirte fuerte cada día. Basta con empezar por algo sencillo: tratarte mejor. Con menos juicios negativos, con más respeto, y con un poco de ternura también.
Ten presente, y es mi consejo profesional, trabajar tu autoestima no es convertirte en alguien perfecta. Es empezar a tratarte como alguien que merece estar en calma con la serenidad que necesitas para enfrentarte al día a día, incluso cuando no todo está resuelto.
¿Cómo se crea la autoestima? Tal vez la respuesta esté más cerca de tu infancia de lo que imaginas
“Desde los primeros abrazos hasta esa primera vez que pensaste que otro era ‘mejor que tú’... ahí empezó todo.”
La autoestima no es algo que se hereda, como el color de los ojos. Tampoco es algo que aparezca de golpe. Se va formando en silencio, desde muy temprana edad. Incluso antes de que podamos hablar. Empieza con lo más simple: el modo en que alguien te miraba cuando llorabas. Si te sostenían con ternura. Si alguien respondía a tu llanto o te dejaban solo. De eso, aunque no lo recuerdes, tu cuerpo sí tomó nota.
Siempre que explico esto en sesión, alguien me dice: “Pero si no me acuerdo de nada de cuando era bebé…”. Y ahí está el punto: no se trata de memoria, sino de huella emocional. De eso que se queda en el cuerpo, aunque la mente no lo archive. De eso hablaba John Bowlby, cuando decía que un apego seguro nos da algo más que protección: nos da una base. Una sensación interna de “valgo”, de “estoy a salvo”, de “puedo confiar”.
Y luego… llega la adolescencia. Esa etapa donde lo que digan los demás puede cambiarlo todo. Donde miras hacia afuera para saber quién eres. Donde empezar a encajar parece más urgente que respirar.
¿Te acuerdas? ¿De cuando empezaste a compararte, a sentir que no eras suficiente, o que tenías que demostrarlo todo y todo el tiempo? Ahí también se la juega la autoestima.
Albert Bandura, psicólogo experto en la teoría del aprendizaje social, destacaba que la autoeficacia: no es suficiente con saber qué hacer. Hay que sentirse capaz de hacerlo. Si no creemos que podemos… no lo intentamos, no nos movemos, no actuamos. Y eso, en la adolescencia, se nota más que nunca: cada elección, cada error, cada mirada ajena se vuelve un espejo.
Más adelante, Carol S. Dweck y David S. Yeager, destacados psicólogos, profundizaron en cómo afectaba la autoestima en la mentalidad de las personas: si creciste en un entorno donde equivocarte no era un drama, sino parte del proceso de aprendizaje de la vida, es probable que confíes en ti y tengas una mayor apertura para el cambio. Pero si cada fallo iba seguido de exigencia o rechazo es probable que tu autoestima comience a quebrajar de forma silenciosa y constante con el paso de los años.
Y hoy, en este mundo de redes, filtros y comparaciones constantes… ¿quién no se ha sentido “menos”? No porque lo sea. Sino porque todo alrededor grita que debería ser más. Lo veo cada semana: personas que se esfuerzan por gustar, por lograr, por encajar… y, sin embargo, por dentro, sienten que no basta.
Esa voz interna, que repite “no eres suficiente”, muchas veces no es nuestra. Es un eco. De la cultura. De la exigencia. Del miedo. Y cuando esa voz manda, la autoestima sufre. Porque no florece en ambientes de juicio, sino en ambientes de cuidado.
Consecuencias de una baja autoestima. Señales silenciosas que quizás no conoces.
“Desde los límites que no marcas hasta los sueños que das por imposibles, eso es autoestima”
La baja autoestima puede moverse de forma silenciosa hasta convertirse en invisible. En mi práctica profesional me he encontrado con personas que normalizan su baja autoestima, se dicen “Yo soy así”. También está vinculada al perfeccionismo, pues son personas que pueden exigirse mucho por miedo a no ser suficiente.
La baja autoestima no solo afecta la forma en que nos vemos, sino cómo nos relacionamos con los demás. Me refiero a que la autoestima no se limita a una percepción interna o privada, si no más bien es que una de sus consecuencias es que modula profundamente nuestras relaciones con los demás, cómo nos dejamos tratar, cómo nos comunicamos, qué esperamos y toleramos de los otros. Algunas de las señales que nos tienen que alertar son las siguientes:
- Se evitan los desafíos por el miedo al fracaso.
- Búsqueda constante de validación de los demás.
- Aceptar relaciones donde no se sienten valoradas.
- Experimentar emociones como culpa o vergüenza con mucha frecuencia (Orth & Robins, 2013).
- Además, diversos estudios han encontrado correlaciones entre baja autoestima y trastornos como ansiedad, depresión, adicciones y somatizaciones físicas (Sowislo & Orth, 2013).
- En el ámbito profesional, también puede limitar la iniciativa, la creatividad y la capacidad de negociación. El miedo al error se convierte en parálisis.
La baja autoestima rara vez grita. Se manifiesta de forma sigilosa, disfrazada de prudencia, autoexigencia o necesidad de agradar. Por eso, muchas veces pasa desapercibida, incluso para quien la sufre.”
Problemas psicológicos asociados a la baja autoestima
“Desde la ansiedad que normalizas hasta la depresión que nadie ve, eso también es autoestima.”
Tener una baja autoestima no es solo una cuestión emocional que pasa desapercibida. Puede volverse una especie de talón de Aquiles que te deja más expuesto al sufrimiento psicológico. Y aunque no siempre se hable de ello, muchas investigaciones han demostrado que una autoestima baja y persistente no solo acompaña al malestar, sino que puede actuar como una chispa que activa trastornos más profundos. Veamos algunos ejemplos que lo ilustran.
1. Depresión
Son muchos los estudios que han confirmado que la baja autoestima no solo va de la mano con la depresión, sino que en muchos casos la anticipa (Orth, Robins & Roberts, 2008). Las personas con una percepción negativa de sí mismas tienden a interpretar los hechos con un filtro pesimista, se culpan más de lo necesario y convierten errores puntuales en etiquetas personales. Todo esto alimenta el tipo de pensamiento que Aaron Beck describió tan claramente como: una visión sombría de uno mismo, del mundo y del futuro.
2. Trastornos de ansiedad
La relación entre baja autoestima y ansiedad es estrecha. Sobre todo en lo que llamamos ansiedad social: miedo al juicio, incomodidad al exponerse, evitación de situaciones nuevas. Si no confías en ti, cualquier error público puede sentirse como una amenaza a tu valor. Y esa voz interna crítica, que insiste en lo que hiciste mal, no ayuda en absoluto. También en la ansiedad generalizada, este diálogo interno tan exigente se convierte en una fuente constante de tensión (Sowislo & Orth, 2013).
3. Dependencia emocional y relaciones disfuncionales
Quienes no se sienten valiosos suelen caer en relaciones donde no se sienten bien tratados… pero las aguantan. ¿Por qué? Por miedo al abandono o por esa creencia silenciosa de que “no merezco nada mejor”. Así, la baja autoestima puede llevar a vínculos donde no hay respeto, solo necesidad. Y desde ahí, se vuelve difícil decir que no, marcar límites o salir de lo que duele.
4. Trastornos de personalidad
En algunos casos, la baja autoestima no es solo una consecuencia: es parte del núcleo de cómo la persona funciona. Filtra lo que siente, cómo piensa, cómo se vincula. Por ejemplo, en el trastorno límite, la autoimagen es tan frágil que puede cambiar de un segundo a otro: hoy te odio, mañana te idealizo. En el narcisismo, la autoestima parece fuerte, pero en el fondo hay una sensación crónica de vacío y desvalorización.
5. Trastornos de la conducta alimentaria
Aquí, la autoestima suele tener un peso enorme. La anorexia o la bulimia, muchas veces, nacen de una imagen corporal distorsionada y de la sensación de no ser suficiente. Controlar el cuerpo se convierte en una forma de intentar controlar el valor propio (Fairburn et al., 2003). Pero ese control esconde algo más profundo: una necesidad de validarse a través del sacrificio. Cuando la identidad es frágil, cuando no sabes quién eres o qué vales sin la aprobación externa, el cuerpo termina pagando la factura.
¿Se puede cambiar la autoestima? Si, y te voy a contar cómo
“Desde el momento en que dejas de exigirte perfección y te das permiso para ser humana, ya estás empezando a sanar tu autoestima.”
La buena noticia es que la autoestima no está escrita en piedra. Aunque las heridas del pasado dejan huella, siempre es posible mejorar la relación que tenemos con nosotras mismas. Te comparto aquí algunas estrategias que pueden ayudarte:
1. Conciencia y autoconocimiento
No basta con repetirnos frases bonitas si antes no escuchamos lo que nuestras heridas están intentando decir. El primer paso es conectar con lo que llevas dentro: miedos, creencias, voces críticas. Frases como: “No soy suficientemente buena.”, “Seguro que voy a fallar.”, “Mejor no digo nada para no parecer tonta.” o “Solo me quieren si soy útil.”
Estas ideas suelen ser partes internas que, aunque suenen duras, intentan protegernos. El modelo de Richard Schwartz, Internal Family Systems (IFS), ofrece una forma de escucharlas con curiosidad y sin juicio. Cuando les damos espacio, podemos empezar a calmar el ruido interno y transformar la crítica en cuidado.
2. Autoaceptación radical
Aceptar no es rendirse, y tampoco es resignarse. Es mirarnos tal y como somos hoy, con honestidad y sin castigo. De ahí nace el cambio real.
Carl Rogers lo dijo con claridad: “La curiosa paradoja es que cuando me acepto tal como soy, entonces puedo cambiar.” La autocompasión, tal como la estudió Kristin Neff, nos invita a hablarnos como hablamos a alguien a quien queremos de verdad. No desde el juicio, sino desde la comprensión.
3. Límites y asertividad. Aprende a decir no y también a decir sí
A veces pensamos que trabajar la autoestima es decirnos cosas bonitas frente al espejo. Pero empieza por lo más concreto: saber poner límites.
Cada vez que dices "sí" cuando querías decir "no", algo se rompe dentro de ti. Decir “no” sin culpa es un acto de respeto propio. Rosenberg, creador de la Comunicación No Violenta, enseñaba que poner límites con amabilidad es una forma de cuidar nuestras necesidades. No hacerlo, manda el mensaje, consciente o no, de que vales menos que los demás.
4. Coherencia y pequeñas victorias
La autoestima no se sostiene con pensamientos, sino con acciones. Cumplir lo que te prometes, aunque sea algo pequeño, refuerza tu confianza interna.
Charles Pépin lo resumió de forma brillante: “La autoestima no nace de pensar bien sobre uno mismo, sino de actuar bien consigo mismo.” Empieza por gestos diarios que estén en sintonía con lo que valoras. Ese respeto cotidiano es la base de una autoestima sólida y real.
Tu relación contigo es la única que dura toda la vida.
No eres un proyecto que necesita arreglarse. Eres una historia que merece cariño y eso también es autoestima.
La autoestima no es un destino, es una relación continua. Puedes empezar hoy a trabajarla, exactamente donde estás. Incluso ahora, al terminar este texto. Porque tu bienestar emocional depende, en gran parte, de cómo eliges tratarte.
No se trata de alcanzar una versión perfecta de ti, sino de cultivar un vínculo más compasivo contigo cada día. Podemos empezar a hablarnos con respeto, a perdonarnos los errores y a elegir relaciones que reflejen nuestro valor.
Porque cuando nos tratamos bien, todo lo demás cambia: nuestras decisiones, nuestras metas y nuestra forma de amar. Y si crees que ya tienes una buena autoestima, este texto es también para ti: porque siempre hay rincones donde nos exigimos más de lo que comprendemos, o callamos necesidades por no incomodar. Revisar cómo nos tratamos no es un signo de debilidad, sino de madurez. Y eso también es autoestima.