La mayoría de gente conoce su signo zodiacal. De hecho, parece ser que vuelve a estar de moda el tema del horóscopo, especialmente a la hora de saber si la persona que acabamos de conocer se complementa con nosotros o si nuestra relación tiene futuro.
Sin embargo, ¿qué sabemos exactamente del Zodiaco? El signo que todos conocemos es solamente el signo solar, es decir, aquel que determina la posición del sol en el momento que nacemos. En el complejo mundo de la astrología existen muchos otros elementos, como el ascendente o el signo lunar que, para los que creen en ella, complementan la información acerca del carácter y el potencial de la persona.
Si te interesa saber cómo y dónde empezó todo, sigue leyendo. Te contaremos la historia de los orígenes del Zodiaco y cómo fue evolucionando en el tiempo a través de las culturas que le dieron forma.
¿Cuál es el origen de la creencia en el horóscopo?
El ser humano siempre ha mirado hacia las estrellas para mitigar su angustia. En el transcurso de la existencia humana aparecen un sinnúmero de dudas, abatimientos y crisis, durante las cuales hombres y mujeres tratamos de encontrar un sentido a nuestra venida al mundo y, sobre todo, una respuesta a la inquietante pregunta de qué nos depara el porvenir.
Ese es, en esencia, el sentido del horóscopo: tratar de atenuar la ansiedad existencial del ser humano. Y como las comunidades primitivas veían en la creación un cosmos que no diferenciaba lo “de arriba” de lo “de abajo” y que, por tanto, se influían mutuamente, aprendieron a leer en los cielos el significado de la vida y de la muerte. En otras palabras: en el movimiento de los astros se encontraba la voluntad divina, y quien pudiera desentrañar este misterio tenía en sus manos el secreto de la existencia.
- Artículo relacionado: "¿Qué es la Psicología Cultural?"
Babilonia: el origen de todo
Todos los historiadores se ponen de acuerdo en que el lugar de “invención” de la astrología es la antigua Babilonia. En concreto, el astrólogo James Herschel Holden es muy categórico cuando afirma en su libro A History of Horoscopic Astrology que “los babilonios inventaron la astrología”.
Tal cual. Si bien las primeras investigaciones celestes las hallamos en Sumer en el III milenio a.C., fueron los babilonios quienes, mil años más tarde, plasmaron por escrito sus observaciones y sus consideraciones en materia astrológica. Así, adoptaron las constelaciones que habían identificado los sumerios y “aprendieron” a leer en ellas y en el movimiento de los planetas la voluntad de los dioses.
En este sentido, uno de los documentos más antiguos que se conservan es el Enuma Anu Enlil, una colección de setenta tablillas de escritura cuneiforme que contiene nada menos que 7.000 “profecías” del cielo. Entre ellas, encontramos la famosa tablilla Mul- Apin, del s. VII a.C., considerada una de las primeras recopilaciones de conocimientos en materia de astrología.
Los antiguos babilonios veían en los cuerpos celestes manifestaciones de sus dioses principales. Así, Júpiter era Marduk, el señor del cielo. Venus se identificaría con Ishtar, la hermosa y vanidosa señora del amor y de la muerte. Saturno era Ninurta, dios de la tierra y de la agricultura. Mercurio se correspondería con Nabu, hijo de Marduk y dios de la escritura. Finalmente, Marte sería Nergal, el poderoso señor de los muertos.
- Quizás te interese: "Las 5 edades de la Historia (y sus características)"
Leer el cielo es conocer la voluntad de los dioses
A los cinco planetas que se conocían en época babilónica se añadían el Sol y la Luna, identificados con los dioses Shamash y Sin, respectivamente. Esta pléyade de dioses configuraba el cosmos mesopotámico, y en los movimientos de los respectivos cuerpos celestes, que orbitaban por las constelaciones conocidas, los babilonios pretendían desentrañar la voluntad de la divinidad.
Esta tarea estaba estrictamente circunscrita, obviamente, a la casta sacerdotal, la única que tenía potestad y el conocimiento suficiente para leer correctamente el designio de los dioses. En un principio, pues, la astrología babilónica fue una astrología de tipo mundano, o sea, orientada a conocer el destino de la nación o de la humanidad entera. En otras palabras, lo que nosotros conocemos como carta natal, es decir, las predicciones focalizadas en la vida de un solo individuo, no apareció hasta el último periodo babilonio, cuando este tipo de vaticinios empezaron a ser usados por reyes y príncipes a título personal. Una costumbre que, por cierto, siguió usándose ya en época cristiana y hasta tiempos muy recientes; el mismo rey Felipe II tenía una cohorte de adivinadores y astrólogos.
Los babilonios dividieron el cielo en doce partes de 30 grados cada una, y vincularon cada una de ellas a una constelación. Ya en periodo babilónico encontramos los mismos signos que se mantendrán posteriormente en la astrología occidental, con la excepción de tres, que más tarde, en el periodo ptolemaico, cambiaron. Así, los signos del zodiaco babilónico serían los siguientes: Aries, las Pléyades (más tarde, Tauro), Géminis, Praesepe (más tarde, Cáncer), Leo, Spica (más tarde, Virgo), Libra, Escorpio, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis.
Es de destacar que las denominaciones de dichas constelaciones y signos eran diferentes en lengua babilónica. Los nombres tal y como los conocemos actualmente son de origen griego y latino; por ejemplo, Sagitario viene del latín Sagittarius, el jinete que lanza flechas, y Aries es la nomenclatura latina para el carnero, que a su vez proviene del vocablo griego eriphos, de significado idéntico.
- Artículo relacionado: "¿Por qué existen las supersticiones?"
Alejandría y el nacimiento del horóscopo occidental
Si la nomenclatura de los signos del horóscopo es griega y latina, tiene sentido considerar que, de la antigua Mesopotamia, la astrología pasó al Mediterráneo en algún momento de la historia. Efectivamente. Parece ser que, desde Babilonia, el zodiaco se transmitió al imperio persa, cuando este pueblo subyugó a los babilonios en el siglo VI a.C. Posteriormente, tras las conquistas de Alejandro Magno, la lectura de los cielos pasó a la cultura helénica de Egipto, que tuvo su eje en la ciudad de Alejandría, fundada por el conquistador macedonio en el siglo IV a.C.
En Alejandría, el antiguo saber babilónico se consolidó y acabó tomando la forma definitiva que conocemos hoy en día: una combinación del zodíaco babilónico y características de la filosofía griega, sin olvidar algún que otro precepto egipcio antiguo. De la antigua Babilonia, la Alejandría helena recoge la división del cielo y sus doce signos correspondientes (con los cambios que ya hemos comentado en tres de ellos). De la filosofía griega, el zodiaco occidental heredó ideas como la de los cuatro elementos (fuego, tierra, agua y aire), que impregnaron para siempre el horóscopo otorgando características específicas a cada uno de los signos.
Pero, probablemente, una de las herencias más importantes de la astrología alejandrina fue el horóscopo en tanto que predicción natal. Ya hemos visto cómo los babilonios, en su última época, realizaban a su vez cartas natales; pero no fue hasta la época ptolemaica que este sistema se consolidó y se transmitió para siempre a la cultura europea. De hecho, uno de los tratados de astrología occidental más conocidos es el Tetrabiblos, escrito por Claudio Ptolomeo en el siglo II d.C. En él, el sabio alejandrino codifica el saber zodiacal de su época y asienta las bases para toda la astrología posterior, tanto medieval como moderna.
- Quizás te interese: "Los orígenes de la religión: ¿cómo apareció y por qué?"
“Lo que es arriba, es abajo”
Esta máxima es probablemente la que mejor resume la idea original del Zodiaco. Los primitivos veían en las estrellas un reflejo de su propia vida, puesto que todo estaba conectado y “lo que era arriba, era también abajo”. En este sentido, el ritmo de los astros correspondía al ritmo de la vida humana; el microcosmos del ser humano era, en realidad, un simple reflejo del gran macrocosmos. Por eso la carta natal desvelaba cosas del individuo. Nada se puede ocultar a los dioses, porque todo está conectado.
Precisamente por ello los antiguos babilonios creyeron poder leer el devenir de la existencia en los cielos. En ellos estaba escrita la voluntad divina, que, como voluntad total, tenía su conexión con la vida en la tierra. Por ello también se potenció una teoría geocéntrica del cosmos; si el ser humano era el producto más excelso de la creación, era inimaginable que el mundo que habitaba no constituyera el eje. La astrología antigua, por tanto, se basó en una visión geocéntrica del universo.
Pero el Zodiaco no sólo representaba la lectura de la voluntad divina, sino que poco a poco fue evolucionando hacia una representación simbólica de los ritmos eternos del universo. Así, Aries, el carnero, simboliza la primavera, el renacimiento, los inicios. Tauro es la explosión de la abundancia, por ello se representa con un toro, evidentemente relacionado con la cornucopia y la fertilidad de los campos. Virgo, la virgen, se representa con una doncella que sostiene un fajo de trigo en la mano: es el tiempo de las cosechas, el momento en que la tierra empieza de nuevo, como la virgen, a retraerse. En el antiguo símbolo que representaba a Libra, este signo no era una balanza, sino un sol poniéndose en el horizonte (y, de hecho, sigue siendo el símbolo “oficial”), indicio evidente de la llegada del otoño y, por tanto, el renacimiento de las sombras.
En la Edad Media, no era nada extraño representar Zodiacos en los calendarios agrícolas, pues se relacionaba el camino astrológico con los movimientos cíclicos de la tierra. Febrero, que ha sido siempre y en muchas culturas el mes de renovación y expiación por excelencia (paso previo al renacer primaveral), coincide con Acuario, el signo que “renueva” (por eso se le simboliza con una jarra desde donde se vierte el agua, que remueve a su vez el agua estancada). Para nada es casual que sea también el mes del Carnaval, la celebración catártica por excelencia.
Newsletter PyM
La pasión por la psicología también en tu email
Únete y recibe artículos y contenidos exclusivos
Suscribiéndote aceptas la política de privacidad