El tema de este artículo es polémico, aunque no debería. Recordemos que la traducción de “Psicología” (psiké-logos) es “hablar del alma”.
No es de extrañar que desde muchos sectores de la Psicología se evite el tema: se hacen grandes esfuerzos diarios para dar credibilidad a esta ciencia a menudo denostada y maltratada por puro desconocimiento.
Nadie puede negar la enorme carga científica detrás de los miles de experimentos y estudios diarios (sí, diarios) que se publican sobre diversos temas, con el objetivo de edificar un conocimiento serio y solvente. De hecho, todo psicólogo que se precie, se nutre de todo ese conocimiento que se genera continuamente desde laboratorios y universidades de todo el mundo.
Dicho esto: ¿Qué cabida tiene en este mundo un concepto tan etéreo como la “espiritualidad”?
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Psicología y espiritualidad
Tenemos antecedentes de autores muy respetados que se han preocupado por el tema: Viktor Frankl, Boris Cyrulnik…
Recordemos que la espiritualidad, las religiones y las distintas creencias sobre el alma han sido uno de los motores principales de la historia de la humanidad. Y si nos asomamos fuera de nuestra pequeña burbuja occidental, veremos que la mayor parte de la humanidad vive en algún tipo de creencia religiosa.
Y no solo eso: las creencias, a menudo, se convierten en un baluarte frente a la dureza de la vida: aportan consuelo, ánimo, sentido de comunidad y esperanza.
Aunque, en un falso ejercicio de realismo, nos gusta denominar estas creencias como “pensamiento infantil” o “pensamiento mágico”, lo cierto es que esa actitud no es en absoluto científica.
Porque la actitud realmente científica, descarta el rechazar algo a priori sin haberlo estudiado en profundidad. Y si se rechaza, no descarta el hecho de que más adelante, con el avance de la ciencia, se pueda retomar ese conocimiento como válido. De hecho, hoy en día, en el mundo de la Psicología y la Psiquiatría, son muchísimas las personas que estudian el fenómeno religioso desde una perspectiva científica.
Por lo tanto, pasando al ámbito de la psicoterapia, el trabajo de la espiritualidad es algo a tener en cuenta. Incluso me atrevería a decir que es necesario. Porque a lo largo de los años, he podido observar que hay personas que nacen con “naturaleza religiosa” y otras que no.
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Las implicaciones psicológicas de la espiritualidad
Hay personas que asumen con naturalidad que no existe ningún tipo de vida trascendente, Dios o religión y son capaces de vivir sin problema asumiendo que una vez que la persona fallece se acaba todo.
Es una forma de ser totalmente respetable y no supone ningún tipo de superioridad o inferioridad moral frente a las personas que sí tienen esa “naturaleza espiritual” (o religiosa). No se es mejor o peor persona por el hecho de tener una creencia espiritual o no tenerla.
Por otro lado, hay personas que de forma natural tienen sentido de la trascendencia, de que hay algo más allá de lo material y que la muerte no es sino un paso a otra realidad. Y es frecuente ver cómo a personas con este tipo de mentalidad se les adoctrina haciéndoles avergonzarse de sus creencias o su fe, intentando demostrarles lo absurdo de su actitud.
Es importante que comprendamos que no estoy hablando de una religión o una creencia en concreto. Hablo de un sentido de la espiritualidad.
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Estigmatizar la espiritualidad tiene un coste
Es muy importante que tomemos conciencia de que, para una persona con este sentido de trascendencia, si se le hace renunciar a la dimensión espiritual de la realidad, el mundo se vuelve gris, triste, oscuro y sin sentido.
Es frecuente que muchas personas superen crisis psicológicas muy severas al retomar su esencia religiosa o espiritual. Cuando lo hacen, en el proceso de la terapia, suelen repetir siempre la misma frase: “he vuelto a casa”.
Es imposible que una persona sin esa naturaleza “religiosa” comprenda a quien sí la tiene y viceversa. En realidad, tampoco es necesario.
Pero recordemos que la función de la psicoterapia es crear un marco de seguridad donde la persona pueda expresar su auténtica naturaleza (la que sea) y pueda adquirir los medios para que su vida sea lo mejor posible.
Por lo tanto, desde una perspectiva muy alejada del proselitismo (un psicólogo honesto no tiene el menor interés en que su cliente tenga una creencia u otra), va llegando el momento de hacer un hueco a la espiritualidad en el proceso psicoterapéutico y contemplar tanto la creencia como la no creencia de manera natural.
Queda un largo camino por delante, ya que, por diversos motivos, nos sigue costando mucho hablar de nuestras creencias espirituales. Pero el poder escribir sobre ello con una actitud abierta es un buen primer paso.