La familia condiciona cómo somos en muchos aspectos. Nuestros padres, hermanos, abuelos y hasta tíos y primos nos enseñan valores, costumbres, nuestra lengua materna y forma de relacionarnos con los demás, aspectos que conforman nuestra identidad y personalidad.
Sin embargo, para bien o para mal la familia también condiciona nuestra estabilidad emocional, ofreciéndonos un entorno estable y saludable en el que nos podemos desarrollar de forma adecuada o, por el contrario, un entorno marcado por la inseguridad e incerteza, que nos desestabiliza.
La importancia de la familia en la salud mental es un hecho, una realidad que vamos a explorar y analizar a continuación.
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¿Por qué importa la familia en la salud mental?
La familia ejerce un papel fundamental en la vida de la mayoría de las personas. No son pocas las situaciones en las que se toman decisiones importantes en función de la familia, de lo que nos ha enseñado a lo largo de la vida, de su bienestar y de la forma cómo nos relacionamos con ella una vez somos adultos.
Las relaciones con nuestro núcleo familiar determinan mucho nuestra forma de ser y cómo nos relacionamos con otras personas, siendo un factor que repercute mucho también en nuestra salud mental.
En todas las familias se dan eventos que ponen a prueba nuestra salud mental y la condicionan. Los hay más leves, como puede ser una discusión momentánea entre nuestros padres, y los hay de más serios, como puede ser un divorcio o la pérdida de un padre a temprana edad. Vivir estas situaciones cuando se es pequeño influye en nuestra estabilidad emocional, pudiéndose vivir de forma especialmente intensa y, en caso de no acabar bien, desembocar en problemas psicológicos.
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La familia: un entorno que condiciona nuestra vida
La familia es un entorno que condiciona nuestra vida y, claro está, nuestra salud mental. El medio ideal para que una persona crezca siempre es la familia sana y funcional, al margen de cuál sea su estructura y si hay lazos de sangre o no entre sus miembros. A día de hoy sabemos que el hecho de que una familia tenga un papá y una mamá, sea monoparental o se trate de un matrimonio homosexual no condiciona la salud del individuo, sino el estilo parental que ejerzan los padres para con sus hijos.
Toda familia funcional es aquella en la que los padres y madres saben educar bien a sus hijos, los crían en un entorno en el que el cariño y el amor está bien presente, pero sin dejar que los niños y niñas hagan todo lo que les venga en gana. La clave está en saber dar amor a la vez que se es responsable en el cuidado de los niños, aplicando un sistema democrático de crianza, y cumpliendo las tres principales funciones que todo buen padre y madre debe cumplir: protección, cuidado y afecto.
Si de pequeños nos dieron protección, cuidado y afecto de forma adecuada, también aprendimos que son aquello que le debemos brindar a nuestros hijos, lo cual funciona como factor de protección tanto a la hora de que desarrollemos trastornos mentales como que lo desarrollen nuestros hijos. En cambio, si estas necesidades no nos fueron satisfechas, es más difícil que se las ofrezcamos a nuestros hijos sin ayuda de otros compañeros en la crianza, puesto que no se puede brindar aquello que no tenemos ni recibimos, a noser que lo aprendamos de forma consciente y voluntaria una vez somos adultos.
Que hayamos reducido a tres funciones básicas la crianza no quiere decir que estas sean fáciles. Dar protección, cuidado y afecto a nuestros hijos e hijas es una tarea complicada, que requiere de una profunda reflexión, paciencia y autoconocimiento, con tal de identificar errores que podamos cometer en nuestra forma de criar que, aunque no nos demos cuenta, pueden afectar de forma muy negativa a la salud de nuestros hijos. Si bien todos los buenos padres quieren lo mejor para sus hijos, esto no quiere decir que lo cumplan, aunque no lo hagan con mala intención.
Por ejemplo, comentarios como “estás tonto”, “no me seas dramática”, “lo podrías hacer mucho mejor” y demás, lejos de “motivarlos” puede hacer que piensen que no valen nada, que no son valorados ni por sus propios padres y, teniendo en cuenta la importancia que adquieren nuestros padres y otras figuras de autoridad en nuestro crecimiento, esto perjudica mucho en su salud mental, especialmente en su autoestima, autoconcepto y forma de relacionarse con los demás.
Además, los hijos, sean niños o adolescentes, aprenden a comportarse según lo que ven en sus padres. Si un hijo o hija se comporta de forma irrespetuosa con sus padres, lejos de pensar que es porque es mala persona o porque es una oveja negra, es bastante probable que se comporte así porque considera que sus padres no lo respetan o, también, porque sus padres se han comportado de forma irrespetuosa tanto con él como con otras personas del entorno familiar, como abuelos, hermanos, tíos o primos.
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Salud mental de una familia con un miembro con psicopatología
En la mayoría de las ocasiones, que un miembro de la familia presente un trastorno mental supone un duro revés para la familia, en especial para la persona que se va a encargar de cuidarlo. Los familiares se pueden sentir muy agobiados y estresados al ver como una persona que conocían de toda la vida cambia, deja de ser cómo era antes y ahora requiere muchos cuidados. La psicopatología de un ser querido se vive como una pérdida y, a la vez, como la adquisición de una pesada carga.
Los familiares de personas con trastornos mentales son más propensos a experimentar sentimientos de dolor y pérdida, que aunque aumentan y disminuyen a lo largo de la vida acaban convirtiéndose en un profundo e intenso dolor crónico. Viven en una constante montaña rusa, cuyas subidas y bajadas dependen directamente de las recaídas y remisiones de la psicopatología del familiar a su cargo.
Al igual que las familias en general, las familias que tienen un miembro con un trastorno mental representan un grupo diverso. Cada miembro familiar tiene experiencias únicas, necesidades y preocupaciones distintas. Así pues, cada familia se puede comportar de forma distinta con su familiar, en función del diagnóstico y de los recursos que posean.
Con el paso del tiempo, aunque con gran dificultad y con ayuda de psicólogos y grupos de apoyo, los familiares que cuidan del miembro con un trastorno mental acaban aceptando sus síntomas, aprendiendo a hacerle frente al trastorno y gestionarlo de la mejor manera posible. Sin embargo, esto no les quita el profundo dolor emocional, estrés y ansiedad que viven como consecuencia de tener que atender a una persona mentalmente inestable, problemas que pueden hacer que ellos presenten también un trastorno mental.
Esto es especialmente notorio en las familias cuyo miembro con psicopatología presenta algún trastorno de la personalidad, esquizofrenia o trastorno bipolar y tiene poca conciencia de su trastorno. Es duro tener que aguantar a una persona que es incoherente en su comportamiento, que cambia de opinión de forma constante y que encima culpabiliza de sus errores a los demás o, incluso, se inventa que recibe algún tipo de agresión cuando, quizás, es él o ella que, sin darse cuenta, ejerce maltrato psicológico a las personas que le cuidan.
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Familia como origen de psicopatología
Las familias que no saben enfrentarse sanamente a momentos de crisis y no ofrecen un entorno de paz y estabilidad emocional acaban debilitándose. De hecho, este tipo de familias, en lugar de promover el sano desarrollo de cada uno de sus miembros, puede convertirse en un factor de riesgo en su salud mental. Los abusos, los malos tratos, las adicciones y la crianza demasiado autoritaria contribuyen en la aparición de traumas, frustraciones y síntomas psicopatológicos varios que acabarán cristalizándose y convirtiéndose en un trastorno mental en la adultez de no ser tratados.
Un programa de televisión que refleja esta triste realidad es la serie documental estadounidense “My 600-lb Life”. Este programa narra la historia de personas que tienen obesidad tipo IV y que se han quedado postradas en su cama, sin poder moverse libremente ni siquiera para hacer sus necesidades y que para poder sobrevivir a largo plazo necesitan una intervención quirúrgica.
Las personas que alcanzan pesos superiores a los 250 kilos no alcanzan este peso por puro descuido o pereza. Una persona no alcanza un índice de masa corporal de 80 sentándose un día en el sofá, abriendo una bolsa de patatillas y comiendo hasta que un día se da cuenta de lo mucho que ha engordado. Las “estrellas” de este programa tienen problemas de conducta alimentaria, una adicción a la comida que es el resultado de haber tenido una infancia marcada por la violencia, la pobreza económica y, en muchos casos, las adicciones y abusos sexuales de personas cercanas.
La relación entre los participantes del programa y sus familias es extremadamente disfuncional, y no únicamente por el pasado familiar sino también por el presente. La familia, lejos de ser un soporte emocional para la persona con obesidad extrema y motivador para el cambio, en muchas ocasiones configura el entorno que ha hecho que se llegue a esa situación, provocándole muchs estrés que la empuja a comer.
En otros casos, suele pasar que los padres sienten mucha culpa por lo que le pasó a su hijo durante la infancia, especialmente si un tío o un amigo de la familia abusó sexualmente de su hijo y no se dieron cuenta o ellos mismos eran unos padres drogadictos y negligentes. Para compensar el no haber estado por ellos en su infancia, suele pasar que los padres se convierten en “enablers” (“facilitadores”), trayendo y cocinando ellos la comida, puesto que su hijo adulto de casi 300 kilos está postrado en la cama y no puede ir a comprar él por su cuenta.
Todo esto evidencia el poder que tiene la familia en el desarrollo de psicopatología y en su conservación. Las infancias disfuncionales ejercen como un importante origen en los trastornos mentales, y las adulteces disfuncionales contribuyen a mantener la psicopatología. Las familias con dinámicas tóxicas, disfuncionales y patológicas hacen que los pacientes, en este caso obesos mórbidos, no puedan progresar ni alcanzar sus metas a corto, medio y largo plazo.