Todos tenemos en mente la famosa tabla de Hyeronimus Bosch (más conocido como El Bosco), en la que se está practicando una cirugía para extraer la llamada “piedra de la locura”. Efectivamente, en la Edad Media una de las creencias que giraban en torno a la “locura” era que esta se debía a una excesiva proliferación de estructuras minerales en el cerebro que, consecuentemente, se debían extirpar. Algunos no estaban de acuerdo con esta teoría, entre los que debemos contar a El Bosco; de hecho, en este cuadro el pintor realiza una crítica mordaz a esta actividad, que consideraba patrimonio de charlatanes y mentirosos.
Entonces, ¿cómo se trataban los problemas mentales en la Edad Media? ¿Qué hay de mito y verdad en lo que sabemos? ¿Es verdad que se consideraba al enfermo mental como un “endemoniado”, como poseído por un espíritu maligno?
Vayamos por partes, porque, como siempre sucede con los temas que han hecho nacer tantas leyendas, ni todo es cierto ni todo es falso. Veámoslo a continuación.
Los trastornos mentales en la Edad Media: ¿“santo” o “loco”?
Es necesario puntualizar que, obviamente, el término “trastorno mental” no existía en la época medieval. Para referirse a personas que se conducían de forma extraña o diferente y que ofrecían síntomas de “manía”, se utilizaba invariablemente la palabra “loco”. En el ámbito italiano, se utilizaba la palabra pazzo y, en las zonas francófonas, fou. El mal que padecían era, simplemente, la “locura” o, como se denominaba en tierras francesas, la folie.
En la Edad Media, época contradictoria donde las haya, la “locura” podía verse de muchas maneras, algunas absolutamente opuestas entre sí. Porque el “loco” podía ser tanto el pobre “degenerado peligroso”, cuya conducta, a menudo, era atribuida a una posesión demoníaca, como el “iluminado”, el que conocía las verdades más altas, directamente inspiradas por Dios.
En el primer grupo de “locos” encontramos un sinfín de trastornos que van desde la epilepsia (la causa más común para tachar a alguien como “poseído”) a las “manías”, palabra muy genérica que en la época servía para designar a una multitud de variados síntomas, y que actualmente, a través de los escritos que nos han quedado, se han podido identificar con indicios claros de esquizofrenia y trastorno bipolar, entre otros.
Por otro lado, el segundo grupo incluía a personas que, por su santidad extrema o por su conducta cristiana ejemplar, cruzaban inmediatamente la frontera de los dementes y entraban en el reino de los “iluminados”; personas cuya actitud extraña se justificaba por su voluntad de trascendencia espiritual, en lo que en la Edad Media se llamó Imitatio Christi (imitación de la vida de Cristo). Estos “iluminados” podían ser eremitas, santos y santas que practicaban el Santo Ayuno (más tarde hablaremos de él), o que experimentaban visiones místicas, como es el caso de la famosa Hildegarda de Bingen.
Pertenecer a un grupo o a otro no obedecía, en realidad, a regla alguna. O a muy pocas, y bastante arbitrarias. Porque, a menudo, ni siquiera las “visiones místicas” te podían salvar de ser considerado “loco”, o todavía peor, “hereje”. Manifestar conductas extrañas, pues, podía ser pasaporte a la veneración o a la degradación y a la muerte.
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¿Visiones místicas?
Podemos tomar como ejemplo dos casos famosos: la ya citada Hildegarda de Bingen, monja alemana del siglo XII, confesó haber tenido innumerables visiones místicas; visiones que el papa conoció y que alentó, por considerarlas “fruto del Espíritu Santo”. Por otro lado, tenemos a Juana de Arco, enjuiciada y condenada por hereje precisamente por sufrir también visiones sagradas… En este último caso tenemos unos claros (e indiscutibles) motivos políticos.
En cualquier caso, es interesante tener en cuenta estas “visiones sagradas” en nuestro pequeño artículo, ya que, según muchos expertos, las famosas visiones de Hildegarda podían haberse debido a ciertos trastornos mentales o, como mínimo, emocionales.
Así, según el historiador Charles Singer (1876-1960), la monja podría haber sufrido algún tipo de migraña severa que le habría producido desajustes en sus percepciones. Esta teoría fue apoyada más tarde por el neurólogo Oliver Sacks (1933-2015), y parece explicar, pues, los haces de “luz y fuego” que la mística confiesa ver en sus visiones.
Los autores que rebaten esta teoría asientan su opinión en el hecho de que analizar las visiones de Hildegarda sólo desde una perspectiva clínica es no tener en cuenta el contexto en el que la santa vivió y escribió su obra. Hildegarda imbuye sus visiones de una tradición antiquísima con el objetivo de legitimar su obra, una tradición que ya se encuentra en los profetas Daniel y Ezequiel y, sobre todo, en el Apocalipsis de san Juan. Así, la santa estaría usando una serie de alegorías conocidas en el Medievo para expresar el mensaje divino, y no implicarían, en realidad, una visión real.
Juana de Arco también ha sido objeto de estudios desde una perspectiva psiquiátrica; se ha barajado la posibilidad de una esquizofrenia como origen de sus visiones y audiciones místicas; además, los síntomas de la esquizofrenia suelen aparecer en la adolescencia, y recordemos que Juana empezó a “escuchar voces” cuando contaba 13 años. Otros autores rebaten esta teoría, puesto que la santa no presentó desestructuración progresiva de la personalidad, lo que sí se da en los esquizofrénicos.
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Posesiones y exorcismos
El “loco” también puede ser considerado en la Edad Media como víctima de la maldad de un demonio que se había introducido en él. Esta era la explicación para el comportamiento un tanto errático de estas personas, que presentaban, a juzgar por el análisis de los textos, evidentes síntomas de ansiedad y de trastornos de la personalidad.
Mucho se ha especulado sobre el trastorno que se ocultaba tras la supuesta “posesión demoníaca”; la mayoría de autores apuntan hacia la epilepsia, cuyos síntomas son suficientemente impresionantes como para confirmar la presencia de un “demonio”: ojos en blanco, convulsiones, espuma a través de la boca… En estas situaciones, la “solución” solía ser el exorcismo, una práctica que pretendía expulsar al demonio del cuerpo del afectado.
En todo caso, hay que tener presente que en la Edad Media coexistía, además de la percepción religiosa del trastorno mental, una percepción científica, heredada de la tradición hipocrática y de la medicina de Galeno. El mismo Santo Tomás de Aquino hace referencia a las teorías de Galeno cuando habla de la enfermedad en su obra, lo que hace evidente que en el Medievo no siempre se examinaban los problemas de salud desde un prisma religioso.
La teoría de los humores, avalada por el romano Galeno (129-216), trataba de explicar la enfermedad, tanto física como psíquica, a través de un desequilibrio en los humores del cuerpo humano. Por ejemplo, la “melancolía” (el término que se usaba en la época para referirse a la depresión) se formaba cuando existía un exceso de bilis negra en el organismo.
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Analogías con los trastornos mentales modernos
Fernando Espí Forcén (Universidad de Murcia), en su Tesis Doctoral sobre la salud mental en la Baja Edad Media (ver bibliografía), propone interesantes teorías acerca de las analogías existentes entre ciertos comportamientos medievales y algunos trastornos diagnosticados en la actualidad.
Por ejemplo, trata el caso de las “mujeres santas” que practicaban lo que se conoce como el “santo ayuno”. La práctica consistía en ayunos persistentes, combinados con inducciones al vómito cuando se ingerían alimentos, lo que, bastante a menudo, provocaba amenorrea (ausencia de regla). Espí Forcén establece un paralelismo entre la actitud de estas mujeres y la anorexia nerviosa; es más, psicológicamente, estaríamos ante un mismo problema, puesto que tanto las “mujeres santas” de la Edad Media como las mujeres de hoy en día desean alcanzar el “ideal” de su época: la santidad en las primeras, la delgadez “bella” en las segundas. La meta es, por tanto, la misma; satisfacer a la sociedad y sentirse aceptadas.
En su mismo trabajo, Espí Forcén realiza también un interesante estudio sobre el Ars moriendi (literalmente, “el arte de morir”), el tratado medieval que asesoraba a los frailes para que ayudaran a los enfermos terminales a morir en paz. A través de un cuidadoso análisis de las diversas partes del tratado, Espí Forcén establece un claro paralelismo entre los métodos religiosos utilizados para que el moribundo encuentre la calma al morir con los empleados en la terapia de aceptación actual. Además, los estados emocionales y psicológicos de los moribundos, tal y como se describen en el Ars moriendi, se asemejan a los apuntados por Elisabeth Kübler-Ross (1926-2004), experta en cuidados en enfermos terminales.
Por ejemplo, en el Ars moriendi medieval existen remedios para que el enfermo luche contra el desespero que le sobreviene el saber que debe morir; así mismo, también se ofrecen métodos para controlar la impaciencia del moribundo, expresada en alteraciones de ánimo, confusión y movimientos incontrolables. En este sentido, el autor del estudio afirma que se trataría de técnicas muy relacionadas con la actual terapia de aceptación de la muerte.
Los primeros “hospitales de inocentes”
Llegados a este punto, podemos preguntarnos cuál era el trato que recibían los enfermos mentales en la Edad Media. De esto también nos ha llegado mucho de mito y de leyenda. Porque, si bien es cierto que el enfermo mental causaba cierto rechazo en la sociedad y, a menudo, también miedo, no es menos cierto que la Iglesia solía considerar a estos “locos” inocentes de su suplicio, por lo que solían ser tratados con caridad cristiana.
En este sentido, es necesario hablar de los primeros hospitales especialmente fundados para albergar y cuidar a estos enfermos mentales, que recibieron el nombre genérico de “hospitales de inocentes” por las razones antes esgrimidas. El primer hospital destinado en exclusiva a estos enfermos fue el Hospital de Ignoscents, Folls e Orats, fundado en 1409 en Valencia por Fray Juan Gilbert Jofré, de la Orden de la Merced. El hospital tiene el honor de ser el primer hospital “psiquiátrico” de la historia de Europa.
En el Hospital de Ignocents, los enfermos encontraban un lugar seguro para vivir, puesto que, de otra manera, estaban condenados al vagabundeo y, muy a menudo, a las palizas de los transeúntes. Ya en la Edad Media se sabía que el ocio no ayudaba a la mejora de estas personas, por lo que en el hospital de Valencia se asignaban tareas a los enfermos: cultivar el huerto, realizar trabajos artesanales, bordar, cocinar... el trabajo les mantenía ocupados, les hacía sentirse útiles y muchos de ellos mejoraban su condición mental.
Esta filosofía de trabajo, que recoge los preceptos de la orden benedictina del Ora et lavora (reza y trabaja) se extendió por los demás hospitales para enfermos mentales que, en seguida, empezaron a fundarse. En 1425 se funda el que llegaría a ser uno de los más importantes y reconocidos: el Hospital de Nuestra Señora de la Gracia de Zaragoza, cuyo lema Domus Infirmorum Urbis et Orbis ("Casa de enfermos de todo el mundo") da una idea de su carácter internacional.
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