La Baja Edad Media: periodización y características principales

Veamos 8 claves para entender este último periodo medieval, la Baja Edad Media.

La Baja Edad Media

Lo que conocemos como “Baja Edad Media”, y que la historiografía tradicional sitúa entre los siglos XIII y XV, es un compendio de cambios económicos, políticos y sociales que prefiguraron el advenimiento de la Era Moderna. Así, a pesar de que las acotaciones y nominaciones históricas son enemigas de la realidad, sí que es cierto que podemos distinguir una serie de características en estos siglos bajomedievales que definen un periodo concreto con una personalidad propia.

En este artículo daremos 8 claves para entender qué cambios se produjeron durante los siglos de la Baja Edad Media y cuál fue su importancia en la historia.

La Baja Edad Media: una época de cambios

Efectivamente, los últimos siglos medievales están inundados de cambios. El antiguo mundo feudal, que había sido el pilar de la Edad Media, está en crisis. Sus propias contradicciones son el motor del cambio. Por otro lado, la población presenta las cifras más elevadas en el siglo XIII, con la consecuente superpoblación del campo y las ciudades.

La llegada de la Peste Negra (1348) marca un antes y un después, hasta el punto de que, sin ella, el curso de la historia podría haber sido muy diferente. El violento descenso demográfico, causado por la elevada mortalidad, impulsa una serie de cambios sociales que conllevan consecuencias políticas, económicas y culturales.

Vamos a repasar la Baja Edad Media a través de 7 puntos capitales, con el fin de comprender en qué consistió este periodo histórico.

1. La Peste Negra, las malas cosechas y la “Pequeña Edad de Hielo”

A todo periodo de prosperidad adviene después un periodo de crisis. A grandes rasgos, es lo que sucedió en el siglo XIII. Tras una época de bonanza de cultivos y enorme crecimiento demográfico, sobrevino una etapa de malas cosechas, en parte motivadas por la llamada “Pequeña Edad De Hielo” medieval, que se inició a inicios del siglo XIV y que supuso uno de los periodos más fríos de la historia de Europa. Las temperaturas bajaron hasta 3 grados centígrados, y se alternaron grandes inundaciones con escasez de lluvias. Todo ello provocó una larguísima temporada de malas cosechas que enflaqueció la salud de los europeos.

Cuando la Peste Negra llegó desde Asia en 1348, siguiendo las rutas comerciales italianas, la población no estaba preparada para afrontar la enfermedad. La debilidad producida por una mala alimentación y el frío causó estragos. Se calcula que una cuarta parte de la población europea sucumbió a la peste (según algunos autores, fueron muchas más las muertes), con las consecuencias económicas y sociales que este brusco descenso demográfico conllevaba. Analizaremos estas consecuencias en los apartados siguientes.

2. Crisis y evolución del sistema feudal

A pesar de que este sistema político, social y económico no desaparecerá del todo, en los últimos siglos medievales asistimos a una paulatina evolución del mismo que desembocará, en última instancia, en la estructura de tipo mercantilista de la época moderna. Veamos a qué se debe este cambio significativo.

En 1348, como ya hemos indicado, llega a Europa la temible Peste Negra. Las consecuencias demográficas de esta epidemia fueron catastróficas, ya que se calcula que entre el 30 y el 60% de la población europea sucumbió víctima de la enfermedad. Este brusco descenso demográfico provoca, por supuesto, que el campo quede prácticamente despoblado. Los señores feudales no son capaces de soportar la crisis rural, y los territorios son paulatinamente absorbidos por grandes terratenientes.

Se produce así una concentración parcelaria donde predomina la gran explotación, que da paso a la aparición de nuevos modelos de trabajo agrario, como son los arrendados y los jornaleros. Los primeros se encargan de unas tierras en virtud de un contrato; muy a menudo, estas tierras pertenecen a oligarquías urbanas que pasan, de este modo, a formar parte de la tenencia de bienes rurales. Por otro lado, los jornaleros irrumpen en el paisaje agrícola con gran fuerza y suponen una fuerte competencia para los campesinos estables, ya que reciben su salario por cada día trabajado. Estos jornaleros serán la base de la futura proletarización del campesinado.

3. Crisis espiritual y social

El siglo XIV es el siglo de la crisis del papado. La dicotomía entre el poder espiritual y el temporal no era nueva; desde el siglo XI se venían arrastrando las disputas entre el Papa y los reyes y los emperadores. Sin embargo, la Baja Edad Media supone una crisis profunda en este sentido. Intelectuales como Marsilio de Padua y Juan de París promulgan la teoría de la vía ascendente de poder; pero es sobre todo Guillermo de Ockham el que establece un punto y aparte con su famosa “navaja de Ockham”, donde propone una separación absoluta entre el poder papal, limitado estrictamente a cuestiones espirituales, y el temporal.

Tres fechas son significativas. Una, 1302, año en que el Papa Bonifacio VIII emite la bula Unam Sanctam, donde se confirma la superioridad papal sobre los reyes y emperadores. La segunda, 1303, cuando el propio Bonifacio es víctima de un atentado en Agnani. Y la tercera y más significativa, 1305, año en que es elegido papa Clemente V, de origen francés.

Esta elección es claramente auspiciada por el monarca galo, Felipe IV de Francia, inmerso en una larga pugna contra la autoridad papal (y que estaba detrás del atentado de Bonifacio VIII). La corte papal se traslada entonces a Aviñón, donde Felipe controla a su antojo las decisiones papales. Clemente V se convierte en un títere en manos de los caprichos franceses. La preponderancia de Francia sobre el pontificado se alargó nada menos que setenta años, durante los cuales se nombraron cinco papas franceses.

La sede papal no regresó a Roma hasta 1378, con Gregorio XI. Sin embargo, la autoridad del Pontífice había quedado definitivamente dañada. No eran pocos los intelectuales y místicos que criticaban el escaso papel religioso que había emanado del pontífice durante el “cautiverio de Babilonia”, como se denominó a la época de Aviñón. Se inició entonces una crisis que duraría cuarenta años, durante la cual el prestigio papal se vería seriamente comprometido.

Finalmente, y ya en el siglo XV, la lucha “sacerdocium-imperium” o, lo que es lo mismo, entre el poder espiritual y el terrenal, pareció haber llegado a un acuerdo. Los Papas se limitaron a sus posesiones en la península italiana, y dejaron las del resto de territorios en manos de sus respectivos monarcas. Sin embargo, la fisura ya estaba hecha; el siglo siguiente sería el siglo de la Reforma.

4. El auge de las ciudades

Como hemos apuntado en el primer apartado, las malas cosechas y el advenimiento de la Peste Negra marcaron un antes y un después en la evolución demográfica europea. Los siglos anteriores a la “Pequeña Edad de Hielo” y la gran epidemia de peste fueron siglos de bonanza económica, y también poblacional. De hecho, en los albores del siglo XIV los campos y las ciudades empezaban a encontrarse en el límite, con evidentes signos de superpoblación.

Las ciudades en especial concentraban la mayor parte de población europea: se calcula que, en Italia (que, junto a Flandes, era el territorio más urbanizado) existían 200 ciudades que cuentan con más de 5.000 habitantes, una auténtica barbaridad para la época. No solo eso; en la península italiana encontramos las llamadas “metrópolis” medievales: Milán, Venecia y Florencia, que a finales del siglo XIII sobrepasan ya los 100.000 ciudadanos. En la parte más occidental de Europa, París se erige como el gran centro urbano, puesto que ostenta la cifra nada desdeñable de 50.000 habitantes.

Esta población urbana concentrada en el área mediterránea (con la excepción, ya lo hemos dicho, de Flandes), se entiende si tenemos en cuenta la red ya existente de ciudades romanas. En efecto, tanto la península italiana como la ibérica, así como parte de Francia, cuentan con un excelente entramado de urbes de origen romano que todavía mantienen su organización. Por otro lado, en el norte de Europa, las ciudades suelen ser de nueva planta; antiguas aldeas que reciben privilegios de población para incentivar el asentamiento urbano y que, en última instancia, son el origen de las prósperas urbes flamencas.

La Peste Negra del siglo XIV supone, por supuesto, un declive significativo de estos núcleos urbanos. Sin embargo, las bases de la nueva realidad urbana ya están dispuestas y, a lo largo del siglo XV, tanto las ciudades italianas como las flamencas vivirán su época de esplendor, no solo político y económico, sino también artístico, gracias al poderoso grupo social de los burgueses, que ejercerán a partir de entonces como importantísimos mecenas.

5. Cambios en los modelos sociales

El auge de las ciudades implica, obviamente, el despliegue definitivo de la clase de los mercaderes, banqueros y burgueses. Este grupo social se erige como el más poderoso dentro de la realidad social, económica y política de las ciudades; no solo ejercen como mecenas (son comitentes y protectores de los más afamados artistas), sino que también ejercen un férreo control político dentro del marco urbano. Los ricos burgueses están presentes en las agrupaciones políticas urbanas, y son ellos los que marcan las directrices. Se forma así una poderosa oligarquía urbana, con un poder y una opulencia semejantes a la que ostentaba la aristocracia en los siglos anteriores.

Por supuesto, este cambio en la dirección social implica un cambio en los modelos de producción. Ahora son los burgueses los que controlan todo el proceso productivo; no se trata todavía de un modelo fabril, como veremos más tarde durante la Revolución Industrial, pero sí están presentes en la organización de la cadena productiva, controlando a los artesanos y a los demás trabajadores implicados en el proceso. La consecuencia es una importante pérdida de libertad por parte de los artesanos y una crisis en el sistema comunitario medieval de los gremios.

Por otro lado, el descenso demográfico tras la peste provoca una reducción significativa de los miembros del núcleo familiar. Así, tenemos que, en el siglo XIV, la familia se ha reducido a unos 4 miembros (el matrimonio y dos hijos), lo que rompe un poco el mito de que, en la Edad Media, las familias eran muy numerosas. La alta mortalidad y la baja esperanza de vida hace que en el núcleo familiar apenas encontremos dos generaciones. Por otro lado, sí que se observa un adelanto en la edad de casamiento entre los jóvenes, muy probablemente motivado por la necesidad de aumentar la fertilidad en un mundo que se había quedado prácticamente despoblado.

La ciudad ejerce durante la Baja Edad Media un predominio absoluto sobre el entorno rural inmediato. El desplome demográfico tras la peste hace desaparecer a los grupos urbanos especializados (artesanos y trabajadores), lo que provoca, como ya hemos comentado, que la oligarquía urbana tome las riendas de toda la producción. Esto conlleva, a su vez, una mayor demanda de objetos de lujo, destinados a satisfacer a esta oligarquía sedienta de ostentación y poder.

6. Aparición de los grandes hospitales medievales

El aumento de población en las ciudades implica una mayor necesidad hospitalaria. Así, encontramos una evolución desde los antiguos hospitales para peregrinos (centrados, sobre todo, en el asilo y el cuidado) hacia una mayor especialización en el tratamiento y la cura de enfermedades.

En muchas ciudades europeas se produce la centralización de los servicios de los diversos hospitales de la ciudad en un solo edificio, que habitualmente es el origen de los actuales hospitales todavía activos. Como ejemplo, podemos citar el Hospital de la Santa Creu de Barcelona, cuyo magnífico edificio medieval aún se puede contemplar en el barrio del Raval, y que hasta el siglo XIX fue el único hospital en activo de la ciudad.

7. La fascinación por el mundo

En los siglos de la Baja Edad Media prolifera la llamada “literatura de viajes”, fruto de la necesidad de conocer nuevos mundos. La población estaba hambrienta de historias ambientadas en lugares maravillosos; de hecho, esta literatura no buscaba ofrecer una visión realista del mundo, sino que era, simplemente, una narración de epopeyas en lugares remotos descritos de la manera más fantástica posible. Aparece así el género literario de las “maravillas”, cuyo máximo exponente es el Libro de las Maravillas de Marco Polo.

Escrito cuando el ilustre viajero se encontraba en la cárcel, este libro de viajes describe de una manera absolutamente fantasiosa las tierras asiáticas, a donde Polo viajó, pero también el continente africano, donde el italiano no puso el pie en su vida. Esto es característico de este tipo de literatura: los autores escribían a menudo sobre tierras que nunca habían visto, conscientes de que el público no pedía realidad, sino alejarse durante unas horas de su monótona vida cotidiana.

Este género de “maravillas” será la base del interés por el mundo que, poco a poco, se va despertando en Europa. Durante el siglo XIV y, más concretamente, en el XV, los mercaderes genoveses y venecianos empiezan a buscar nuevas vías comerciales. A este creciente interés por Asia y por el océano Atlántico se suma, más tarde, Portugal, que será una de las potencias navales de los siglos posteriores.

8. El nacimiento de los estados

A fines de la Edad Media se empieza a gestar el concepto de “estado” que, a pesar de ser todavía un concepto muy difuso, encontrará sus cimientos en los cambios sociales de este periodo. En todo este proceso tuvo mucho que ver el desarrollo del derecho romano, fortalecido a mediados de la Edad Media.

Se perfilan pues en los últimos siglos medievales los embriones de lo que más tarde serán las monarquías absolutas. El poder del rey se ve extraordinariamente fortalecido, en detrimento de la aristocracia. De hecho, el siglo XV es el siglo de las pugnas entre monarca y nobleza, esta última obsesionada con conservar sus antiguas prerrogativas, pero también con las ciudades, que cada vez demandan más autonomía. De esta lucha surgen monarquías fuertes (aunque no todavía absolutistas), donde queda muy clara la preponderancia del papel real por encima de la aristocracia, el clero y las ciudades. Se identifica de esta forma al monarca y a su linaje con el estado, entendiendo a este no con la acepción actual, si no como patrimonio de esta familia de monarcas que se pone a las riendas.

  • GARCÍA DE CORTÁZAR, JOSÉ ÁNGEL; SESMA MUÑOZ, JOSÉ ÁNGEL, Manual de historia medieval, Alianza Editorial, 2016
  • HUIZINGA, JOHAN, El otoño de la Edad Media, Alianza Editorial, 2001
  • VV. AA, Atlas histórico de la cultura medieval, ed. San Pablo, 2007

Periodista

Licenciada en Humanidades y Periodismo por la Universitat Internacional de Catalunya y estudiante de especialización en Cultura e Historia Medieval. Autora de numerosos relatos cortos, artículos sobre historia y arte y de una novela histórica.

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