Es bastante conocida la relación que existe entre el Romanticismo y el nacionalismo. De hecho, están tan ligados que es difícil establecer cuál de los dos representa el punto de partida del otro. ¿Existe el nacionalismo porque bebió de la semilla establecida por el movimiento romántico, o más bien existió el movimiento romántico como evolución de un incipiente nacionalismo?
Para esclarecer la cuestión, es necesario efectuar un recorrido por la historia. Sólo de esta forma podremos ver con mayor precisión qué relación tienen uno con otro, cuáles fueron sus orígenes y en qué derivaron ambos movimientos con el devenir de los tiempos.
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¿Cuál es la relación entre el Romanticismo y el Nacionalismo?
Puede parecer una afirmación exagerada, pero, si nos atenemos a la luz de la historia, nos daremos cuenta de que no lo es tanto. Porque, mientras que en la Francia de las primeras décadas del XVIII triunfaba la Ilustración, que irradiaba su saber por toda Europa en el marco del conocido Siglo de las Luces, en los territorios germanos se gestaba un movimiento radicalmente diferente, que implantaría la semilla de las corrientes románticas y nacionalistas siguientes. Estamos hablando del Sturm und Drang, “tormenta e ímpetu” en alemán.
El origen del nombre de este movimiento está en la pieza teatral homónima de Friedrich Maximilian Klinger (1767-1785), estrenada en el año 1776. El Sturm und Drang reaccionaba directamente contra el racionalismo impuesto por la sociedad ilustrada y preconizaba la exaltación del subjetivismo y la libertad en la expresión artística. En otras palabras, era una auténtica protesta contra la Academia y sus rígidas normas; por primera vez, un movimiento filosófico-artístico defendía la importancia de la creación libre y personal del artista.
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El Sturm und Drang y las raíces del Romanticismo
Para que nos hagamos una idea de la influencia que tuvo el Sturm und Drang en la aparición de los movimientos nacionalistas, digamos tan sólo que Johann Gottfried Herder (1744-1803), uno de los fundadores del nacionalismo alemán, alentó este movimiento prerromántico, en tanto que defendía la libertad individual, tan estrechamente ligada a la soberanía popular y a la autonomía de los pueblos.
Por su parte, el poeta Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), que por cierto conoció personalmente a Herder, materializó las ideas del Sturm und Drang en sus obras literarias, especialmente en Las desventuras del joven Werther, publicada en 1774, así como en su poema Prometeo, acabado ese mismo año. En la primera, se ensalzan las emociones y el mundo subjetivo del protagonista hasta cotas extremas y, en el segundo, el autor realiza una auténtica apoteosis del artista romántico que se rebela contra la autoridad en la figura de Prometeo, el héroe clásico que desafía al todopoderoso Zeus.
Por otro lado, Johann Gottlieb Fichte (1762-1814), filósofo discípulo de Kant, estimuló en sus obras el término acuñado por Herder, el volksgeist, usado para referirse a la condición de ser de un pueblo, a su espíritu. Debemos buscar los orígenes de esta idea en la resistencia alemana contra las invasiones napoleónicas, auténtico leitmotiv europeo que abonó considerablemente el terreno nacionalista, ya que, en su lucha contra el imperialismo francés, los pueblos invadidos empezaron a tomar conciencia de su realidad nacional.
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La invención del pasado nacional
Sin embargo, ¿existe realmente esta realidad nacional defendida por los prerrománticos alemanes? Las teorías de Fichte y Herder estaban en abierta contradicción con los preceptos ilustrados, mucho más globales y que tendían a una visión más universal de la humanidad. Para los abanderados del Sturm un Drang, una nación tenía unas características inmutables desde tiempos remotos, unos tiempos casi legendarios que habían forjado su identidad y su espíritu (el famoso volksgeist).
Para ello, los prerrománticos y los románticos posteriores no dudan en tergiversar el pasado y tomar de la historia aquellos elementos que les son útiles para su objetivo. En este sentido, la Edad Media toma un rol destacado, en tanto que estos autores ven en este periodo las raíces de la patria alemana. Es entonces cuando adquiere gran importancia el folclore popular, que autores como los hermanos Grimm van a plasmar por escrito como forma de reivindicar este origen ideal de los pueblos germanos. De esta forma, se sientan las bases de la invención nacional, es decir, la adaptación de la historia a los intereses de la nación.
¿Y el resto de Europa?
A pesar de que, como ya hemos visto, los territorios alemanes tuvieron un enorme papel en el surgimiento del primer Romanticismo y, por tanto, del nacionalismo, sería erróneo creer que el resto de los países europeos no vivieron una experiencia semejante. De hecho, y como también hemos comentado, las guerras napoleónicas tuvieron muchísimo que ver con el avance imparable de los nacionalismos en Europa.
En España, por ejemplo, el incipiente Romanticismo aparece en esa época. Autores como Francisco de Goya (1746-1828), con sus Caprichos y, sobre todo, con sus Pinturas Negras, están sentando unas bases evidentes para el futuro movimiento romántico, si bien el caso de Goya no es ejemplo de nacionalismo, puesto que su visión es mucho más amplia y cosmopolita.
En Rusia, la invasión francesa es un claro precedente del nacionalismo posterior; tenemos un ejemplo muy evidente en una de las obras-símbolo de la literatura rusa, la Guerra y Paz de Lev Tolstoi (1828-1910) que, más tarde, durante la época soviética, se alzará como monumento patriótico sin parangón.
Las consecuencias de las invasiones napoleónicas, así como del posterior Congreso de Viena (1814), que pretendía restaurar el orden del Antiguo Régimen en Europa, llegaron hasta las primeras décadas del siglo XIX, cuando el movimiento romántico estaba en pleno apogeo. Todo ello es causa, por ejemplo, del movimiento nacionalista belga, un estado-tapón que había sido creado por la Restauración para frenar cualquier otro impulso revolucionario que viniera de Francia. En 1830, las disidencias entre este nuevo territorio y el país al que estaba sometido, los Países Bajos (provocadas por las diferencias religiosas e idiomáticas) hicieron que Bélgica se independizara y empezara su andadura como país independiente.
El efecto dominó del nacionalismo romántico
El caso de Bélgica no fue aislado. Las ideas nacionalistas surgidas en el seno del subjetivismo romántico y su exaltación del individuo como único responsable de sí mismo calaron hondo en los diferentes pueblos en los que estaba dividida Europa. La idea romántica de la libertad individual casaba perfectamente con el derecho de los pueblos a autogobernarse y a formarse como estados en base a sus características nacionales.
Bélgica se independiza en 1830, pero unos años antes había hecho lo propio Grecia, liberada del yugo del Imperio Otomano. Y para entender la gran importancia que la intelectualidad otorgaba al nacionalismo, podemos poner el ejemplo de Lord Byron (1788-1824), poeta inglés que marchó a Grecia a luchar por su independencia (y que, por cierto, falleció de malaria antes de entrar en combate). Por otro lado, Eugène Delacroix (1798-1863), el pintor romántico francés, realizó un lienzo a propósito de la matanza que los otomanos habían perpetrado en la isla de Quíos, una clara denuncia al sometimiento de los pueblos. El lienzo, ejecutado en 1824 (dos años después del suceso), fue por cierto duramente criticado. La rebeldía romántica en su estado más puro.
La oleada revolucionaria que se había iniciado con la Revolución Francesa ya no podía pararse. El Congreso de Viena y la restauración del antiguo orden europeo pre-napoleónico resultaron un auténtico fracaso. En 1820, España se sitúa en la vanguardia de la rebelión con el levantamiento de Rafael del Riego en Cabezas de San Juan, Sevilla, con el objetivo de restaurar la Constitución de 1812. Diez años más tarde, en 1830, se producen en París las Tres (jornadas) Gloriosas, tres días de lucha callejera y barricadas que se saldan con el derrocamiento del autocrático rey Carlos X (hermano del rey guillotinado) y su sustitución por el más constitucional Luis Felipe de Orleans.
En 1848, durante la llamada Primavera de las naciones, la fiebre nacionalista era ya un hecho. Era la época de las reivindicaciones independentistas de los territorios del norte de Italia, que deseaban liberarse del poder austríaco, y era también el momento del Risorgimento italiano y el movimiento de unificación alemán. Mientras, en España, a mediados del siglo XIX cobraba vida el nacionalismo español a través de numerosas tergiversaciones históricas, como la famosa Reconquista y el mito de Pelayo, el caudillo astur, y en Cataluña empezaba a dar sus primeros pasos la Renaixença y la fabricación de los mitos fundacionales catalanes. Todo en línea con las ideas románticas de Herder, Fichte y Hegel y su volksgeist, el espíritu del pueblo.