Según una anécdota de la que no se ha podido discernir su veracidad (como suele suceder en muchas de las citas supuestamente dichas por famosos), la antropóloga Margaret Mead, al ser preguntada sobre cuál consideraba ella que era el primer signo de civilización de la humanidad, contestó que los restos de un fémur curado del Paleolítico.
Según esta leyenda, Mead siguió explicándole al curioso estudiante, autor de la pregunta, que en el reino animal, cuando un animal era herido, estaba abandonado a su suerte. En cambio, las primeras sociedades humanas mostraban sin ningún género de dudas que el cuidado de los lisiados y los enfermos era práctica común en las tribus de la Prehistoria.
Dejando de lado si esta anécdota es verdad o no, podemos preguntarnos lo siguiente: ¿es cierto que la compasión y la ayuda a los semejantes son patrimonio exclusivo del ser humano? ¿Qué signos encontramos en la Prehistoria que nos demuestran que las primeras comunidades humanas se ayudaban unos a otros para sobrevivir?
- Artículo relacionado: "Las 6 etapas de la Prehistoria"
¿Se cuidaba a las personas con discapacidad en la Prehistoria?
La respuesta a la pregunta es un sí rotundo. Y es que las evidencias arqueológicas hablan por sí solas; se han realizado multitud de descubrimientos de huesos fracturados en esqueletos de personas que, según los análisis, vivieron muchos años después del accidente. Ello quiere decir, por supuesto, que nuestros antepasados prehistóricos tenían una clara conciencia de grupo y prestaban su ayuda y sus cuidados a los más débiles, a los heridos y a las personas discapacitadas.
Así, la supuesta declaración de Margaret Mead tiene un fundamento sólido. En lo que no tiene razón la eminente antropóloga es en su afirmación de que, en el reino animal, los heridos se abandonan a su suerte. Esto no es así, al menos entre los primates, nuestros parientes más directos.
- Quizás te interese: "La teoría de la evolución biológica: qué es y qué explica"
¿Patrimonio exclusivo del ser humano?
Cuando se estudian las comunidades de chimpancés se hace patente la realidad de que el cuidado de enfermos no es algo exclusivo del ser humano. Se sabe que estos animales se hacen cargo de los miembros enfermos del grupo, y se conocen casos de hembras que han adoptado crías huérfanas como si fueran propias. Este comportamiento, como podemos ver, no dista demasiado del comportamiento humano.
Algunos estudios van más allá y aseguran que los chimpancés ejercen una medicina rudimentaria para sanar heridas. Por lo visto, estos primates aplican a las heridas sangrantes la sustancia de insectos concretos, que estudios posteriores han demostrado tener altas propiedades antibacterianas. Cómo han descubierto los chimpancés estas propiedades antibióticas y cicatrizantes es un misterio.
En todo caso, lo que demuestra este curioso hecho es que la voluntad de asistencia y ayuda a los semejantes es compartida por muchas especies. Por supuesto, este interés por el bienestar del prójimo conlleva una serie de adaptaciones y cambios en áreas concretas del cerebro, por lo que se necesita un cerebro suficientemente desarrollado, como es el caso de los humanos y los primates superiores.
Roberto Sáez, en su interesante estudio sobre la Prehistoria y el origen de la compasión (ver bibliografía), deja muy claro que para llegar a esta etapa de ayuda mutua, primero tuvieron que darse una serie de cambios evolutivos en las zonas parietales, que son las responsables de nuestra socialización. Con el correr de los milenios, se originó el sentimiento de la compasión, necesario para proteger al grupo en un ambiente hostil en el que, de haber vivido de forma solitaria y sin vínculos afectivos, el ser humano no habría sobrevivido.
Así pues, la compasión, ese sentimiento de empatía hacia nuestros semejantes, nació durante la Prehistoria y se instaló en la mente de las comunidades humanas con el objetivo de garantizar la supervivencia del grupo y, por tanto, de la especie.
- Artículo relacionado: "Empatía, mucho más que ponerse en el lugar del otro"
Cuidados Neandertales
Hasta no hace muchos años, la imagen que se tenía de los Neandertales era de seres bastante toscos y primitivos. Afortunadamente, esta imagen ha cambiado, y en la actualidad el público es bastante consciente de que estos parientes nuestros eran tan humanos como nosotros.
Los Neandertales no sólo enterraban a sus muertos (es decir, eran conscientes de la muerte y tenían una serie de rituales alrededor de ella) sino que también cuidaban de sus enfermos, heridos y familiares discapacitados. Existen numerosos ejemplos que atestiguan esta “compasión Neandertal”, como por ejemplo el famoso caso de Nandy, un esqueleto hallado en la cueva de Shanidar, en Irak, y que perteneció a un hombre Neandertal de unos 40 años.
Lo que sorprendió a la comunidad científica es que Nandy hubiera vivido hasta tan avanzada edad (sus cuatro siglos corresponderían a unos 80 años de Homo sapiens actual), cuando poseía suficientes patologías para ocasionarle la muerte mucho antes. De hecho, el esqueleto de Nandy es uno de los restos prehistóricos que más patologías presenta; entre ellas, serias deformaciones craneales que, según los expertos, le habrían provocado ceguera y una sordera prácticamente completa. Además, Nandy era incapaz de caminar, puesto que sus extremidades inferiores presentan también serias malformaciones.
¿Cómo sobrevivió Nandy al ambiente hostil del Pleistoceno con semejante cuadro patológico? La respuesta es muy sencilla: su grupo lo cuidó hasta su muerte. No solo le dieron de comer, sino que lo cargaron en sus desplazamientos (recordemos que los Neandertales eran nómadas). Así, gracias a la compasión generada por la evolución del cerebro y a los lazos afectivos que todo ello conlleva, Nandy encontró un ambiente halagüeño para sobrevivir.
Amor, compasión y supervivencia
El caso de Nandy no es para nada aislado. Encontramos un sinnúmero de testimonios de que tanto Neandertales como Homo sapiens se ocupaban de sus allegados. Uno de los casos más hermosos, que describe el ya citado Robert Sáez, es el de una niña de Atapuerca que nació con serios problemas de formación en su cráneo, probablemente arrastrados desde la gestación. Casi sin ningún género de dudas, la niña tuvo una discapacidad severa; a pesar de eso, logró sobrevivir hasta los diez años gracias al cuidado de su grupo.
Según Sáez, este caso ejemplifica una dificultad con la que se encontraron los humanos primitivos: la comprensión de la discapacidad congénita y su adaptación a ella. Porque, si bien era fácil para estas comunidades entender que un accidente de caza o una caída podía ocasionar una lesión, no lo era tanto entender la naturaleza de las malformaciones intrínsecas del individuo, generadas durante la gestación, el parto o a causa de una mutación genética. Por tanto, estas comunidades tuvieron que adaptarse a esta realidad, del mismo modo que se adaptaron a la realidad de las heridas y los accidentes.
No parece ser, por tanto, que las primeras comunidades humanas despreciaran o abandonaran a los miembros del grupo que mostraban signos de discapacidad, tanto física como psíquica. Al contrario, todo apunta a que el grupo entero se volcaba en ellos y los cuidaba para asegurar su supervivencia. Solo así se entiende el hallazgo de esqueletos como Nandy que, sin la ayuda de sus familiares, no hubiera podido sobrevivir.
Newsletter PyM
La pasión por la psicología también en tu email
Únete y recibe artículos y contenidos exclusivos
Suscribiéndote aceptas la política de privacidad