El amor es esencial para comprender la sociedad humana. Las personas tendemos a agruparnos a diferentes niveles, pues somos animales sociales y políticos por naturaleza. Por mucho que un ser humano rechace el contacto o la intimidad, resulta muy difícil (o imposible) no sentir nunca afecto por otro ente de nuestra misma especie, sea de forma romántica, pasional, fraternal o todas las variantes que se te ocurran.
En sus primeras etapas, el enamoramiento tiene una importantísima carga fisiológica. Cuando sentimos atracción física y emocional por una persona, el cerebro libera feniletilamina, un neurotransmisor que promueve la secreción de dopamina y norepinefrina. Estas hormonas tienen un efecto similar al de las anfetaminas y otras drogas y, por ello, nos hacen experimentar un estado de euforia natural cuando estamos con la pareja.
Con el tiempo, este enamoramiento fisiológico tan potente da lugar a un sentimiento mucho más racional y sopesado, caracterizado por el aprecio de la otra persona, el vínculo en el tiempo y agradecimiento por lo construido de forma conjunta con el paso de los años. De todas formas, es común que en estas etapas se pierda la chispa, surjan desentendimientos y se plantee el divorcio. En este punto, es necesario conocer las claves para gestionar la custodia compartida si la convivencia deja de ser positiva para ambas partes.
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¿Qué es la custodia compartida?
En primer lugar, queremos dejar clara una idea básica: en sí mismo el divorcio no es malo. Por ejemplo, en Ciudad de México se divorcian 41 de cada 100 parejas: esto no es indicio de que las cosas vayan mal o una noticia desastrosa, ya que simplemente ejemplifica que las libertades individuales y la capacidad de autodeterminación están cada vez más vigentes en la sociedad actual.
La custodia compartida es la situación legal mediante la cual ambos progenitores ejercen la custodia de sus hijos menores de edad tras la separación, en una situación de igualdad a nivel de condiciones, derechos y deberes sobre la descendencia. El objetivo final de una custodia compartida es el entendimiento entre ambas partes, con el fin de distribuir de forma equitativa entre los parentales las necesidades materiales y afectivas de los hijos.
Esta modalidad es muy diferente a otras de las planteadas durante un proceso de divorcio. Por ejemplo, en la custodia partida (Split custody) uno de los padres se ocupa primariamente de parte de la descendencia, mientras que el otro toma los cargos principales de los hijos restantes. Esto no es lo más recomendable, ya que es inevitable que el infante desarrolle más afecto (o emociones conflictivas) por la persona con la que convive en el día a día.
Por otro lado, la modalidad Birds nest custody (custodia de nido de pájaro, a falta de una mejor traducción) explora la idea de que el niño no se mueva del mismo hogar en ningún momento, sino que sean los padres los que acudan al hogar de forma equitativa. Como ventaja frente a otras opciones, esta le otorga estabilidad al niño y sensación de pertenencia a un domicilio.
En una custodia compartida al uso, es el niño el que debe instalarse en los domicilios parentales, idealmente en intervalos de tiempos fijos que se adecúen a las necesidades parentales y dinámicas familiares. A continuación, te dejamos unas cuantas claves que debes tener en cuenta para abordar este desafío logístico y emocional lo mejor posible.
1. Elige un horario junto a tu ex-pareja
El primer paso tras la elección de divorcio y el modelo de custodia siempre es organizarse. Existen diversos ajustes en la rutina que se pueden poner en práctica para repartir el tiempo de ejercicio parental, pero los más comunes son los siguientes:
- Partición semanal: uno de los más sencillos. Los hijos pasan una semana con el padre y otra con la madre.
- Partición cada dos semanas: dos semanas con el padre y dos con la madre. Esto puede otorgarle una mayor sensación de estabilidad al niño.
- 2-2-3: dos días de la semana con la madre, dos con el padre y los tres días restantes (fines de semana) turnados entre ambos. Aunque sea más lioso, le otorga la oportunidad al infante de comunicarse y experimentar de forma más inmediata con cada parental.
- 2-2-5-5: dos días con el padre, dos días con la madre y luego cinco con cada uno.
- 3-4-4-3: una idea similar a la anterior, pero con las cifras un poco cambiadas.
- Escala semanal (4-3): el hijo pasa los días de la semana con un padre y de viernes a domingo con el otro. No es lo ideal, pero a veces la situación laboral lo requiere.
Por lioso que suene todo esto, cabe destacar que existen calculadoras de acceso libre en internet (como esta: https://justice.oregon.gov/calculator/parenting_time/) que le permitirán a los padres obtener el horario que más les convenga y, a la vez, repartir de forma equitativa las responsabilidades para con los hijos. No te desesperes y pide ayuda si te ves sobrepasado/a por la situación.
2. No es momento de peleas
A menos que tu ex pareja esté incurriendo en la ilegalidad o realizando actos que vulneren tu libertad o la de tus hijos, debes entender que cada uno tiene su propia forma de concebir la parentalidad y que todos los padres son libres de ejercer sus valores como consideren, siempre y cuando no pisen los del resto.
Algunas fuentes consideran que coaccionar a los hijos para que se posicionen a favor de uno de los padres es un acto de maltrato psicológico. La manipulación conlleva una violación del derecho humano de libertad de conciencia, pues de forma directa o indirecta se está culpando al infante de que sienta aprecio por la otra parte. Como comprenderás, esto es inadmisible, mucho menos en un momento de vulnerabilidad psicológica (como es el proceso de divorcio).
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3. Los protagonistas de la custodia no son los padres
El divorcio causa “visión de túnel”, un fenómeno que afecta a la capacidad para percibir los estímulos del entorno, pues la emoción es tan intensa y desagradable para los padres que puede que se les olvide la percepción y procesos de los que están a su alrededor. Es hasta cierto punto normal, pues todos tenemos derecho a sentirnos vulnerables y egoístas cuando algo nos afecta de forma profunda. De todas formas, el duelo debe dar paso a la racionalidad con el tiempo.
Puede sonar un poco beligerante, pero hay que ser claros: el divorcio va sobre los padres, pero la custodia sobre los hijos. En este escenario, es necesario dejar atrás el dolor y el ego personal y trabajar en pos de un bien común para la descendencia. Una vez se decide tomar un camino diferente con la ex pareja, los protagonistas durante un tiempo pasan a ser los hijos, al menos hasta que la situación se estabilice.
4. Nunca está de más buscar ayuda psicológica
Como cierre a esta temática, cabe destacar que un padre no se convierte en un superhumano o referente en cuanto su hijo pisa la tierra. Se nos ha inculcado que las figuras paternas y maternas (sobre todo estas últimas) son perfectas, incansables, no se equivocan y entregan la vida por su descendencia. Esto no es así en ningún caso: somos seres humanos y, como tal, fallidos y a veces egoístas por naturaleza.
Tomas Santa Cecilia
Tomas Santa Cecilia
Psicologo Consultor: Master en Psicología Cognitivo Conductual
Por esta razón, nunca está de más buscar ayuda psicológica si el proceso se complica y uno de los padres se ve sobrepasado por la situación. A veces, es necesaria una visión externa, profesional y objetiva para guiar a cada parte por separado hacia lograr un bien común: que los hijos puedan seguir siendo felices a pesar de los cambios.