¿Cuántos vídeos de niños y niñas graciosos, adorables o increíblemente talentosos aparecen mientras hacemos scroll en TikTok o Instagram? ¿Cuántas familias de influencers o celebridades están construyendo imperios mediáticos —y generando ingresos millonarios— gracias a la imagen de sus hijos? En medio de tanta sobreexposición digital, surge una pregunta incómoda pero necesaria y cada vez más urgente: ¿estamos protegiendo realmente la intimidad de nuestros hijos en internet?
El fenómeno conocido como sharenting -una mezcla de share (compartir) y parenting (criar)-, ha vuelto al centro del debate tras el estreno en Latinoamérica de la docuserie Devil in the Family: The Fall of Ruby Franke. Disponible en Disney+ y Hulu, el documental reconstruye el ascenso y la caída de Ruby Franke, creadora del canal de YouTube 8 Passengers, donde durante años compartió la vida cotidiana junto a sus seis hijos. Sus vídeos, aparentemente inofensivos, escondían una realidad de explotación y negligencia. Y el testimonio de la hija mayor, Shari Franke, quien se presentó ante el Senado de Utah como víctima del "vlogging familiar", fue clave para impulsar la ley HB322, que obliga a los padres influencers a reservar una parte de los beneficios obtenidos con la imagen de sus hijos.
“Por primera vez una víctima alertó de las consecuencias y la pérdida de intimidad que supone el vlogging familiar, así como del gran negocio que existe detrás de estos canales”, señala a Psicología y Mente Natalia Díaz, activista por los derechos de la infancia. “Obviamente, marcó un antes y un después”, añade. Precursora del movimiento anti-sharenting y autora del libro Protege a tus hijos en redes sociales (2024), Díaz es una de las voces que llevan años alertando sobre los riesgos de exponer la intimidad de los menores en redes.“Ya tenemos testimonios de víctimas de sharenting que se reconocen como niños explotados, obligados a participar en vídeos para satisfacer a sus padres”, explica.
Y es que, más allá de los casos mediáticos y extremos, el sharenting es una práctica extendida en todo el mundo. En España, por ejemplo, el 89% de las familias que comparten contenido sensible sobre sus hijos lo hace al menos una vez al mes, según el estudio EU Kids Online 2020. A nivel internacional, un informe de Microsoft de 2019 reveló que el 42% de los adolescentes encuestados en 25 países, incluidos varios de América Latina, consideraban que sus padres compartían demasiado sobre ellos en redes sociales, lo que les generaba preocupación por su privacidad.
“Muchos menores arrastran consecuencias como depresión, sentimiento de desprotección e inseguridad”, afirma Díaz, que defiende la necesidad de repensar la relación entre crianza y exposición digital. Desde el ámbito sanitario, el Dr. Luis Rojo Bofill, psiquiatra del Hospital La Fe de Valencia y profesor de la Universidad de Valencia, ha advertido recientemente en una carta publicada en The European Journal of Psychiatry sobre los riesgos potenciales del sharenting para la salud mental de niños y adolescentes. En conversación con Psicología y Mente, subraya que, aunque todavía es un fenómeno nuevo, resulta urgente que los profesionales de la salud mental comprendan sus implicaciones y contribuyan a sensibilizar a la sociedad sobre sus posibles consecuencias.
Autoestima, imagen corporal y exposición
Uno de los problemas sobre este tipo de actividad en las redes es que muchos padres retocan o seleccionan cuidadosamente las fotos de sus hijos, sin ser conscientes del mensaje que les transmiten. "Los niños pueden interiorizar que su valor depende de su apariencia, de mostrar una imagen ideal y perfecta. Esta presión puede derivar en problemas de autoestima, distorsión de la imagen corporal y, a largo plazo, favorecer el desarrollo de trastornos mentales”, señala el especialista.
Se transmite al niño la idea de que sus emociones son un espectáculo
Dr. Luis Rojo Bofill
Rojo Bofill también advierte de los riesgos de grabar y difundir imágenes de menores en momentos de vulnerabilidad, es decir, cuando lloran, sienten miedo o atraviesan emociones intensas. “El hecho de que las imágenes de los menores pasándolo mal se graben y difundan provoca que el niño sufra”, explica. “Detrás de esa escena hay un padre o una madre que, en lugar de acompañar emocionalmente, aprovecha el momento para grabar”, argumenta, y avisa que este aprendizaje puede dejar una huella profunda: “Se transmite al niño la idea de que sus emociones son un espectáculo. Que su dolor o su vergüenza sirven para divertir a otros o generar un meme [...] El niño aprende que su expresión emocional no se valida”.
A largo plazo, si este patrón se repite, pueden surgir problemas de gestión emocional, ansiedad, depresión y un profundo sentimiento de desprotección. “Hay ciertas cosas que, como sociedad, nos tenemos que plantear”, reflexiona el psiquiatra. “Estamos exponiendo a niños en situaciones bochornosas y deberíamos ser extremadamente cuidadosos. Hay que frenarnos: no compartir, no difundir”, sentencia.
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La huella digital: “Cuando compartes, pierdes el control”
Más allá de los problemas de salud mental que pueda conllevar, la sobreexposición de menores en redes sociales conlleva otros riesgos que muchas veces los padres desconocen, alerta Natalia Díaz. Entre ellos, menciona el ciberbullying, la geolocalización de los menores, la suplantación de identidad, el grooming (engaño pederasta) y el uso malintencionado de inteligencia artificial. Un estudio de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) publicado en 2023 revela que el 72% de los depredadores infantiles almacenan fotografías de menores no sexualizadas obtenidas, muchas veces, de los perfiles públicos de sus padres. “Esto significa que cualquier foto inocente, como la de un niño jugando en la playa, podría terminar en redes delictivas o ser manipulada para crear falsos desnudos mediante inteligencia artificial”, advierte Díaz.
Otro aspecto que los expertos consultados destacan es la creación involuntaria de una huella digital. “Muchas veces compartimos incluso las ecografías. No sabemos cómo se van a utilizar dentro de 20 años”, señala Rojo Bofill. “En el momento en que compartes cualquier contenido en internet, pierdes el control sobre él”, añade Díaz.
Reducir los riesgos y pedir permiso
Frente a estos riesgos, ¿qué pueden hacer las familias que quieren proteger mejor a sus hijos? Natalia Díaz lo resume con claridad: “La mejor forma de protegerles es no exponerles”. No obstante, ofrece también medidas prácticas para reducir los riesgos: privatizar las cuentas, compartir solo con personas cercanas y, en caso de hacerlo, que las imágenes sean efímeras y respetuosas. “El error está en el abuso: compartir todo a todas horas y sin límite, en un contexto donde no existe todavía una regulación clara”, afirma.
Para Rojo Bofill, “es muy difícil plantear de una forma general y realista dónde está el límite”, por lo que receta actuar con conciencia: “No pensemos que por subir dos fotos vamos a generar un trastorno, pero en la medida en que estemos mejor informados sobre los riesgos, tomaremos mejores decisiones”, reflexiona. Propone, eso sí, seguir un principio esencial: pedir siempre permiso al menor antes de publicar cualquier contenido sobre él, independientemente de su edad. “No podemos compartir sin su consentimiento”, concluye.