La infancia es un periodo de nuestras vidas especialmente sensible. Así lo evidencia la ciencia desde hace tiempo y cada vez con más insistencia. Probablemente por ello, ha incrementado la concientización y responsabilidad social en relación con esta etapa.
Afortunadamente son cada vez más las familias y los/as profesionales conocedores de la importancia de atender las necesidades de los infantes de forma respetuosa y consciente. Cuidar a la infancia es cuidar a la comunidad y, en definitiva, a la sociedad.
En este artículo definiremos qué es el trauma infantil y ahondaremos en los diferentes aspectos que debemos tener en cuenta para comprender de qué forma se generan. Finalmente, hablaremos sobre las consecuencias que los mismos pueden desencadenar.
¿Qué es el trauma infantil?
Al hablar de trauma, hacemos referencia a heridas emocionales generadas como consecuencia de haber vivido experiencias que han sobrepasado los recursos de la persona. Esto puede darse al experimentar eventos concretos de forma puntual, como podría ser una catástrofe natural.
No obstante, también pueden darse ante eventos menos amenazantes aparentemente pero que se repiten en el tiempo y generan un impacto gravísimo en el desarrollo de un ser humano.
La falta de recursos para hacer frente a una situación y/o la incapacidad de comprender lo que está sucediendo pueden desencadenar un miedo intenso en el infante junto con la sensación de desprotección y peligro.
Experimentar ciertos eventos dolorosos y angustiantes puede tener un fuerte impacto en el desarrollo físico y emocional de las personas. Especialmente si son vividos durante la infancia y no se recibe el acompañamiento emocional óptimo.
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¿Cómo se generan los traumas infantiles?
Es importante entender que no hay dos personas iguales y aunque vivamos cosas similares no tiene por qué desencadenar las mismas consecuencias. Tal y como se mencionaba de forma breve anteriormente, las heridas emocionales pueden estar ocasionadas por una gran variedad de situaciones.
Además, la presencia o ausencia de acompañamiento emocional, será un aspecto determinante en el posible desarrollo de un trauma. A continuación se expondrán algunos de los principales factores de riesgo.
Eventos potencialmente traumáticos
Este tipo de situaciones ocurren habitualmente de forma inesperada, son altamente estresantes y abrumadores. Una de las principales características es que estos eventos ponen en riesgo la vida o integridad física del/a menor. Algunos ejemplos podrían ser: accidentes, desastres naturales, guerras, etc.
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Abuso físico y emocional
Ser víctima de abuso físico y/o emocional incluye desde recibir golpes de cualquier tipo hasta insultos o vejaciones. El abuso, sea físico, emocional o ambos, pueden darse tanto en contexto familiar como escolar o cualquier otro. Es decir, en este punto se incluye ser víctima de acoso escolar o, incluso, ciberacoso.
Abuso sexual
Se considera abuso sexual infantil, también conocido como ASI, cualquier actividad sexual que se realice con un niño. Esto puede incluir desde tocamientos —o cualquier otro tipo de interacción física— inapropiados hasta la exposición a contenido sexualizado, etc. w
En este punto es importante tener en cuenta que, a veces, pueden darse conductas exploratorias entre infantes que no son abuso sexual. Es importante analizar cada caso en particular, pero, habitualmente, se considera ASI cuando hay 5 años de diferencia entre individuos o más.
Negligencia
El término negligencia hace referencia a la desatención de las necesidades de los infantes. Habitualmente, se relaciona este concepto con la desprovisión de las necesidades básicas como podrían ser la alimentación, la ropa, la atención médica o la educación. Sin embargo, debemos tener en cuenta que la negligencia también incluye la desatención emocional, mental y de seguridad.
Entorno familiar disfuncional
Se considera que un entorno familiar es disfuncional cuando las dinámicas que se dan en este a nivel relacional son desadaptativas para sus integrantes. En otras palabras, podría definirse como entornos en los que hay constantes discusiones, cualquier tipo de violencia, adicciones, cambio de roles entre padres e hijos (niños/as parentalizados), límites poco claros o demasiado rígidos, etc.
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Consecuencias a medio-largo plazo
Teniendo en cuenta todo lo expuesto hasta el momento, es fácil comprender que dichas experiencias generan un impacto fortísimo en el desarrollo físico, emocional y mental de las personas. Además, también interfieren gravemente en la forma en la que aprendemos a relacionarnos con el mundo, el resto de personas y con nosotros/as mismos/as.
Cada vez es más la evidencia científica que relaciona la presencia de trauma en la historia de vida de las personas con la posterior aparición de trastornos mentales y/o enfermedades físicas. Una de las consecuencias más conocidas de haber sufrido traumas en la infancia es el trastorno por estrés postraumático (TEPT). No obstante, no es la única ni mucho menos.
Paloma Rey Cardona
Paloma Rey Cardona
Psicóloga General Sanitaria
Debemos recordar que somos un todo y, por ello, las experiencias que hemos vivido, seamos conscientes de ellas o no, quedan grabadas en nuestro sistema nervioso. Habitualmente, cuando las heridas están asociadas al vínculo (todas aquellas en las que no hay un acontecimiento puntual, sino que es algo persistente en el tiempo y en las relaciones), el estilo de apego que desarrollamos también se ve afectado.