La última revolución conocida con una etiqueta clara había sido la llamada Tercera Revolución Industrial. La denominación fue obra del sociólogo y economista Jeremy Rifkin, y hace referencia a los bruscos cambios que vivió la industria a finales del siglo XX y principios del XXI con la aparición de los aparatos tecnológicos y de Internet. Por ello, a menudo se hace también referencia a esta revolución como Revolución Tecnológica.
Pero ¿se ha detenido aquí el proceso? ¿Es la Revolución Tecnológica la última de las revoluciones? Según muchos expertos, no. Actualmente, nos encontramos inmersos en la que sería la cuarta revolución de la historia, la llamada Revolución 4.0. A continuación, intentaremos explicar cuáles son sus características.
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¿Qué es la Cuarta Revolución Industrial?
La Primera Revolución Industrial, iniciada a finales del siglo XVIII, se caracterizó por la sustitución del trabajo humano por las primeras máquinas, que facilitaron y aumentaron la producción. La Segunda acaeció a finales del siglo XIX con la llegada de la electricidad, que representó una auténtica revolución y que permitió, años más tarde, la llegada de la inteligencia artificial. Precisamente, esta última etapa, que correspondería a las últimas décadas del siglo XX y principios del XXI, ha recibido el nombre de Tercera Revolución Industrial o Revolución Tecnológica, pues ha supuesto un crecimiento inaudito del uso de dispositivos tecnológicos y un aumento en la rapidez de las comunicaciones gracias a Internet.
Nuestra época es la que marca el inicio de la Cuarta Revolución Industrial, caracterizada por el perfeccionamiento y la fusión de técnicas provenientes de diferentes ámbitos, como la tecnología digital y la biológica. Así, la ingeniería genética vivirá un auténtico despegue junto con la neurotecnología, y ello abrirá unas posibilidades nunca vistas para el desarrollo tecnológico.
Una de las principales características que definen a esta Cuarta Revolución Industrial es que no pretende potenciar el desarrollo tecnológico a niveles nunca vistos, sino aprovechar y combinar los avances ya conseguidos en la anterior revolución industrial en los diferentes campos para explotar al máximo todas las posibilidades.
Según Klaus Schwab, director ejecutivo del Foro Económico Mundial (WEF) y autor del libro La Cuarta Revolución Industrial, existen tres factores por los que no se puede hablar de una simple prolongación de la última revolución industrial: por un lado, la velocidad de los adelantos y, por otro, el alcance y el impacto que tienen estos en los sistemas de producción y consumo.
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Y… ¿cuáles pueden ser sus consecuencias?
Muchos expertos, sin embargo, no se muestran tan optimistas, y se plantean qué impacto tendrán estos cambios radicales en nuestro modo de vida. Por ejemplo, uno de los principales objetivos de la Cuarta Revolución Industrial es el desarrollo de la “fabrica inteligente”, un sistema de producción en el que, simplemente, el ser humano ya no tendrá cabida. De esta forma, los sistemas ciberfísicos, que combinan maquinaria tangible con sistemas digitales, permitirán que la cadena productiva se gestione de forma autónoma sin que en el proceso intervenga persona alguna.
La pregunta consecuente es la siguiente: ¿qué pasará entonces con los puestos de trabajo? En un mundo superpoblado, en el que cada vez resulta más difícil garantizar a la población el acceso al mundo laboral, toda esta innovación digital puede resultar contraproducente, y quizá nos enfrentaríamos a la eliminación de millones de puestos de trabajo.
En una columna del periódico británico The Guardian, el CEO de Greenpeace, David Ritter, manifestaba su escepticismo al respecto, puesto que, según él, lo que aparentemente son cambios banales en nuestro día a día (el uso de aplicaciones móviles, dispositivos inteligentes, etc.), repercute agresivamente en nuestro entorno. De igual forma, Ritter hace hincapié en la necesidad de un consenso democrático a la hora de establecer este nuevo sistema económico, dadas las consecuencias que puede tener en el futuro. Es decir; la Cuarta Revolución Industrial puede ser positiva, siempre que vaya ligada a buenas decisiones políticas.
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Darwinismo tecnológico
Muchos especialistas ya han acuñado el curioso término de “darwinismo tecnológico” para referirse a las consecuencias que la dura escalada tecnológica puede tener en los que no consigan adaptarse a esta nueva realidad. Es el caso, por ejemplo, de personas mayores que no están habituadas a interactuar con aparatos digitales, tal y como quedó demostrado durante la pandemia de COVID-19.
No solo eso; los cambios son tan rápidos y frecuentes, que últimamente este “desfase tecnológico” se da cada vez con mayor frecuencia en franjas de edad más jóvenes, con la repercusión que esto tiene en el acceso al mercado laboral. De ahí el nombre de “darwinismo tecnológico”, un paralelismo entre la adaptación de las especies al medio y la adaptación a la digitalización. En otras palabras; si no sigues el ritmo, estás fuera.
¿Unos cambios sin precedentes?
La mayoría de expertos sostienen que esta Cuarta Revolución Industrial supone el cambio más grande que ha experimentado la humanidad. Los que esto afirman puede que olviden que, hace más de 9.000 años, se produjo otra revolución, mucho más grande y con mayores consecuencias que la que vivimos actualmente. Nos referimos, claro está, a la llamada Revolución Neolítica.
Hace casi diez milenios, el ser humano pasó de una economía de subsistencia, basada en la caza y la recolección, a un sistema de vida sedentario que se basaba, principalmente, en la agricultura. Este cambio en el proceso de obtención de alimentos no solo implicó un aumento en la población y la generación de excedentes para el comercio, sino también un asentamiento total de las poblaciones y, por tanto, la aparición de la burocracia y el estado. Sin duda, nosotros no estaríamos aquí ahora de no haber sido por esta primera revolución o, al menos, viviríamos de muy diferente manera.
Así pues, ¿es la Cuarta Revolución Industrial el mayor cambio que ha vivido la humanidad? Todavía es pronto para hablar de consecuencias y del impacto que tendrá sobre nuestro estilo de vida. De momento, esperemos que los gobiernos sean conscientes de lo mucho que está en juego y tomen las medidas adecuadas al respecto.