En 1798 aparecen las Baladas líricas, una recopilación de poemas de William Wordsworth (1770-1850) y Samuel Taylor Coleridge (1772-1834), dos de los poetas más importantes de los albores del Romanticismo inglés. Si esta primera publicación está considerada un hito en la historia de la literatura (pues muchos consideran que constituye el pistoletazo de salida del movimiento romántico literario en Inglaterra), más lo es su segunda edición, que ve la luz en 1800 y que incluye el famoso prólogo de Wordsworth, donde se presentan las características de esta “nueva forma de hacer poesía” y que muchos autores consideran el “manifiesto” fundacional romántico.
En realidad, y como veremos, el efluvio de las emociones como respuesta furiosa al imperio de la razón ilustrada ya había aparecido algunos años antes, en Alemania, enmarcado en la corriente del Sturm und Drang (Tormenta e ímpetu). El Werther de Goethe, novela todavía epistolar (al estilo de la literatura dieciochesca), pero ya absolutamente romántica, había visto la luz en 1774. Por otro lado, su Prometeo, poema que ilustra la lucha entre el genio individual y la tiranía de la sociedad (de ecos tan decididamente románticos) se había publicado en 1785, más de una década antes que las Baladas de Wordsworth y Coleridge.
Como siempre, es difícil establecer cuándo empieza un movimiento y cuándo termina. El caso de la literatura del Romanticismo no es una excepción, aunque sí podemos afirmar que, en muchos lugares de Europa, precedió al Romanticismo pictórico y sentó las bases que más tarde serían pilares fundamentales del artista romántico por excelencia: la individualidad, el contacto con la naturaleza, la nostalgia por un pasado totalmente idealizado y, por supuesto, el flujo torrencial de las emociones.
¿Cuáles son las características de la Literatura del Romanticismo?
A finales del siglo XVIII, la Ilustración está obsoleta en muchas regiones de Europa. En algunas, como los territorios de habla germana, apenas ha hecho mella en los corazones de los artistas y los intelectuales. En el norte de Europa, por tanto, empieza a configurarse una nueva manera de ver y sentir el mundo. Es el Sturm und Drang, el germen del Romanticismo.
El movimiento romántico es, a grandes rasgos, una reacción contundente contra el imperio de la razón y la ciencia. En Inglaterra, país donde las manifestaciones prerrománticas corren paralelas a las alemanas, la Revolución Industrial está en pleno apogeo y, con ella, el progreso imparable del empirismo. De hecho, desde el siglo XVII encontramos en las islas británicas una importante perspectiva científica de la realidad, protagonizada por intelectuales como Isaac Newton o David Hume, y cuyas raíces pueden rastrearse en el llamado “empirismo inglés” surgido en el siglo XIV de la mano de la Universidad de Oxford.
En otras palabras, en Inglaterra el campo está perfectamente abonado para el surgimiento de una reacción contra la “tiranía” de la ciencia y el progreso. De hecho, una de las obras fundamentales del Romanticismo es Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley, novela donde se cuestiona al lector sobre los peligros del excesivo avance de la ciencia. En Alemania, las causas son más bien de índole nacionalista; hechos trascendentales como la Revolución Francesa y el barrido bélico al que Napoleón somete al continente europeo fomentan el nacimiento del sentimiento patriótico, que hace que los intelectuales germanos busquen en el pasado una raíz común (y que será, por otro lado, una característica esencial del Romanticismo).
Así, tenemos que los primeros autores románticos, tanto alemanes como ingleses, fundamentan sus teorías en una protesta. A partir de ahí, elevan la subjetividad como pilar esencial sobre la que construir su obra. Esta subjetividad es la que dará paso a la imagen del “artista atormentado”, el típico genio del Romanticismo al que la sociedad no comprende, y que se refugia consternado en su literatura y en las profundidades más oscuras de su alma. La poesía de esta época será, por tanto (y tal y como manifiesta Wordsworth en su famoso prólogo) una expresión absolutamente subjetiva del mundo. Por otro lado, la Naturaleza (así, con mayúsculas) será para el artista romántico el mundo no corrompido al que retirarse para encontrar la verdad y la inspiración. La creación artística, por tanto, ya no se fundamenta en el trabajo, sino en los arrebatos creativos, fruto de los momentos de febril inspiración en que el artista entra en contacto con lo Sublime.
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Poesía romántica
Dado que la característica principal del Romanticismo literario es la subjetividad, es el género poético su principal vehículo de transmisión. El escritor romántico se siente cómodo con la lírica, puesto que le permite expresar sin tapujos sus más recónditas pasiones y sus más oscuros deseos.
Ya hemos dicho cómo, en Inglaterra, el texto “canónico” fundacional del Romanticismo literario son las Baladas de Wordsworth y Coleridge, pero no podemos olvidar a otro de los grandes románticos ingleses: George Gordon Byron (1788-1824), más conocido como Lord Byron. Su tormentosa existencia le valió fama de enfant terrible y lo sitúa en la nómina de precursores de los poetas malditos del XIX. Unas características indiscutiblemente ligadas al Romanticismo y a la figura del artista incomprendido y expulsado de la sociedad, cuyo final es merecedor de cualquier figura romántica que se precie: falleció luchando por la independencia de Grecia, en una guerra que, estrictamente, en nada le beneficiaba.
Otro de los grandes poetas ingleses del Romanticismo es John Keats (1795-1821), poeta muerto también trágicamente joven (otra condición “indispensable” de todo artista romántico). Entre sus obras destacan el poema épico Endymion (recibido con dureza por una crítica todavía no habituada a los usos del Romanticismo), Oda a un ruiseñor y Oda a la melancolía, cuyo título ya es de por sí bastante representativo del sentir romántico.
En el ámbito alemán, es reseñable por supuesto la figura de Johann Wolfgang von Goethe (1749-1842), todavía muy vinculado a la antigüedad clásica en obras como sus Elegías romanas (1795). En La Novia de Corinto (1797) el autor se imbuye totalmente del espíritu romántico al hacer referencia al mundo de lo sobrenatural y la ultratumba, elementos también muy característicos de la literatura romántica.
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La novela histórica
El Romanticismo es el movimiento que prácticamente “inventa” la novela. Porque, si bien en la Edad Media encontramos profusión de romances de caballerías, no es hasta el siglo XIX cuando cobra verdadera importancia el relato en prosa, extenso y con argumento complejo. En realidad, la novela decimonónica debe mucho a los romans medievales. Baste decir que se cree que el término “romanticismo” viene de este vocablo de origen francés. Pero, etimologías aparte, lo cierto es que fueron los escritores del Romanticismo los que dieron verdadero empuje a la novela moderna.
En un principio, estas novelas tenían un eminente carácter fantástico y pseudohistórico. Los misterios de Udolfo, novela escrita en 1794 por Ann Radcliffe (1764-1823), cosechó tremendo éxito con sus intrigas escalofriantes ambientadas en un lóbrego castillo. Era la época de los denominados relatos “góticos”, historias que tenían lugar en sitios inhóspitos e inquietantes, con personajes extraños y, a menudo, sobrenaturales. El enorme eco popular de este tipo de novelas da fe de que, tras la inhibición de los instintos del Siglo de las Luces, el público estaba sediento de relatos oníricos, seres de pesadilla y pasiones oscuras y pecaminosas.
Un poco más avanzado el Romanticismo, empiezan a proliferar las novelas pseudohistóricas, con nombres ilustres como el francés Víctor Hugo (1802-1885) y el inglés Walter Scott (1771-1832). Decimos “pseudohistóricas” porque la voluntad principal de estos autores no era presentar la época pasada (usualmente, el periodo medieval) desde una perspectiva científica, sino usarla como pretexto para desarrollar una historia romántica por excelencia. En el caso de Hugo, podemos reseñar la magnífica Nuestra Señora de París (1831) que, a pesar de estar profusamente documentada y de hacer una auténtica defensa de los monumentos góticos franceses, no deja de ser un folletín romántico repleto de lugares comunes. En cuanto a Scott, solo hace falta mencionar su obra maestra, Ivanhoe (1820), ambientada en la Inglaterra del siglo XII.
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El relato “gótico”
Puede que sea el género más conocido de la literatura romántica, especialmente por la fama imperecedera de su principal autor, el estadounidense Edgar Allan Poe (1809-1849). Poe está considerado el padre de este tipo de relato, así como de la intriga policíaca, con títulos tan característicos como El gato negro, La caída de la Casa Usher o Los asesinatos de la Rue Morgue, donde hace aparición, por primera vez, el que probablemente sea el primer detective literario de la historia, C. Auguste Dupin.
La sombra de Poe es muy larga. El insigne escritor americano influyó considerablemente en los poetas “malditos” posteriores, como Paul Verlaine, Charles Baudelaire o H.P Lovecraft, que recogieron sus ensoñaciones oníricas y escalofriantes para plasmar un mundo verdaderamente de pesadilla. En el caso español, es muy reseñable la figura de Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), que, a pesar de enmarcarse en la corriente “posromántica”, nos ha dejado relatos góticos de gran calidad, como El miserere y El monte de las ánimas, que han sobrecogido a varias generaciones desde entonces.