El castillo es, junto con la catedral, el símbolo de la Edad Media. Este edificio ha sido recreado en multitud de películas y novelas, y constituye parte importante del imaginario popular respecto a este periodo histórico, así como también el lugar por excelencia donde se sitúan los cuentos clásicos.
Pero ¿qué eran, en verdad, los castillos medievales? ¿Qué función tenían? ¿Cuáles eran los tipos de castillos? En este artículo vamos a adentrarnos un poco en la construcción de estas fascinantes edificaciones, y comprenderemos un poco más qué sentido tenían en la Edad Media.
Los principales tipos de castillos en la Edad Media
El castillo medieval se ha erigido, efectivamente, como el símbolo de la época medieval. Sin embargo, en los mil años que duró este periodo histórico se han sucedido muchas tipologías de construcciones. Veámoslas a continuación.
1. Los primeros castillos, de madera
El eminente medievalista Jacques Le Goff (1924-2014) recoge en su imprescindible libro La Edad Media explicada a los jóvenes un dato interesante que, a menudo, se nos olvida: que los primeros castillos estaban construidos en madera, no en piedra.
Efectivamente; durante los primeros siglos medievales, estas construcciones de frontera se edificaban usando materiales orgánicos. La madera, en una Europa donde abundaban los bosques, era mucho más fácil de encontrar y, además, mucho más manipulable que la piedra.
Otra de las causas para esta opción constructiva emana directamente del contexto histórico: durante los siglos inmediatamente posteriores a la caída del Imperio Romano, las fronteras eran muy inestables y, por tanto, los lugares de asentamiento del rey y sus tropas se trasladaban constantemente. Así, una edificación de madera resultaba más práctica, tanto por la facilidad para encontrar los materiales como por la rapidez de su construcción.
¿Cuál era la desventaja de las fortalezas levantadas en madera? Que, obviamente, eran fácilmente pasto de las llamas. Los incendios eran frecuentes, y no fueron pocos los castillos que ardieron por los cuatro costados, semblando caos, desolación y muerte.
A partir del siglo XI, y siguiendo de nuevo a Le Goff, empezamos a encontrar castillos de piedra. De nuevo, este cambio de tipología tiene pleno sentido; en el siglo XI las fronteras están más o menos estabilizadas, y Europa vive una época de bonanza y crecimiento. Es la época de las Cruzadas, del florecimiento del primer gótico, del renacimiento de las ciudades, de las universidades, de la Escolástica. Una nueva construcción para un mundo nuevo.
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2. Castillos de la época feudal: fortalezas de piedra
El castillo es el símbolo del sistema feudal, el pilar de los siglos centrales de la Edad Media. Recordemos que el feudalismo fue un sistema político, económico y social que predominó en Europa más o menos desde el siglo IX hasta el siglo XIV. No queremos decir con ello que después del siglo XIV no existiera el feudalismo (nada más lejos de la realidad), pero sí que se trató de un sistema feudal evolucionado y cambiado, que prácticamente nada tenía que ver con el feudalismo de la plena Edad Media, la época de su máximo esplendor.
La figura central del sistema feudal era el señor, alrededor del cual giraban una serie de vasallos que le juraban fidelidad. Estos pactos eran extremadamente complejos, y a menudo nada tenían que ver con la riqueza o el poder. Por ejemplo, los Plantagenet de Inglaterra eran, en el siglo XII, vasallos del rey de Francia; sin embargo, sus posesiones duplicaban con creces las del rey francés (hecho que, por cierto, fue una de las causas de la Guerra de los Cien Años).
Así pues, el caballero recibía unas tierras a cambio de la fidelidad hacia su señor, y se convertía a todos los efectos en propietario de estos territorios. Europa se convertía, de esta manera, en un conglomerado de parcelas de carácter privado, que pertenecían a una familia o linaje. El concepto de estado, de “cosa pública” (la res publica romana), había dejado de existir.
El caballero que recibía el lote de tierras recibía a su vez a los campesinos que trabajaban en ellas. Estos campesinos, conocidos como siervos, estaban obligados a trabajar la terra indominicata, que pertenecía directamente al señor. Al mismo tiempo, se les otorgaba una pequeña parcela para su propia subsistencia, que poseían solamente en usufructo, ya que todo lo que contenían las tierras eran propiedad del señor. Incluso los molinos, los puentes y los bosques estaban bajo su jurisdicción, y a menudo aquel establecía un canon o impuesto para su uso.
En este contexto social y económico proliferan los castillos medievales, unas construcciones que nada tienen que ver con lo que nos muestran las películas: frías, incómodas y oscuras. Hablaremos de ello con más detalle en el siguiente apartado.
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3. Los últimos castillos en la transición hacia el Renacimiento
En el siglo XIV, un nuevo invento hace furor en el campo de batalla: la pólvora. Es entonces cuando empiezan a proliferar nuevas armas de asedio que suponen el fin de los castillos medievales. El cañón es una de ellas.
Las murallas de los castillos de la Edad Media no estaban preparadas para soportar el impacto de un proyectil lanzado con un cañón. Pronto, esta nueva arma convierte a las murallas en inservibles.
Así, poco a poco, en parte a causa de estas innovaciones técnicas, en parte por el cambio político que se vive en Europa, los castillos evolucionan de fortalezas inexpugnables a lujosas residencias, que sirven de deleite para sus propietarios. Basta contemplar los magníficos castillos del valle del Loira, en Francia, para darnos cuenta del cambio operado en este tipo de edificaciones. Castillos como el de Chambord, levantado por Francisco I en el siglo XVI, o el de Chenonceau, donde vivió largas temporadas la reina Catalina de Medici, son un testimonio vivo de la nueva mentalidad que se estaba perfilando en Europa.
En el siglo XV ya se empiezan a operar algunos cambios. Los gobernantes mandan construir fortalezas al estilo renacentista, orientadas a la comodidad y al ocio. Si bien es cierto que siguen mostrando elementos defensivos, como murallas o torres, los castillos de esta época están ya pensados para el disfrute y la ostentación. En realidad, estos castillos (que en francés conservan el nombre, chateau), ya no se pueden denominar como tal; son palacios creados para el disfrute personal del monarca.
El siglo siguiente representa el despliegue de este tipo de castillos-vivienda. La construcción ha perdido definitivamente toda función defensiva y ha pasado a ser el lugar donde se aloja el rey y su corte.
Proliferan entonces los salones magníficamente decorados, las salas espaciosas, las habitaciones confortables donde no faltan lujosas camas, cortinajes y exquisitos muebles; y, sobre todo, el arte se multiplica por doquier. El ya citado Francisco I fue un monarca extraordinariamente culto que, haciendo gala del humanismo imperante en la época, protegió a artistas de la talla de Leonardo da Vinci, que murió precisamente en Francia, en el castillo de Amboise. Las agrupaciones de rudos soldados han dado paso a las refinadas cortes renacentistas.
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Características de los castillos
El castillo típico de los años de apogeo feudal (s. X-XII) es una edificación de tamaño variable, cuyos principales espacios son el patio de armas y la torre del homenaje. El primero es la gran abertura central desde donde se distribuyen las dependencias de la fortaleza, y donde los soldados realizan sus ejercicios. El patio de armas también permite la entrada de carros, animales y mercancías.
Por otro lado, la torre del homenaje es el espacio más importante del castillo, y también el más lujoso. En realidad, la palabra “lujoso” resulta excesiva, ya que en esa época incluso los nobles vivían con cierta modestia, aunque la idea nos pueda resultar sorprendente. La torre del homenaje es la parte del castillo donde vive el señor con su familia. Generalmente es una torre alta y no muy amplia, donde se encuentra un gran espacio polivalente que sirve a un tiempo de comedor, sala de audiencias y lugar de encuentro y festejo.
Precisamente por su carácter polivalente, este espacio carece de muebles; las mesas son móviles, así como las sillas y demás objetos. Es frecuente que las paredes estén cubiertas por espléndidos tapices, que cumplen una doble función: primero, la de mitigar el frío intenso; segundo, demostrar la riqueza del propietario, pues los tapices eran un producto muy costoso.
El señor y su esposa duermen en una habitación de la torre; frecuentemente, la única que posee una cama. Otros elementos que podemos encontrar son arcones para guardar la ropa y algún oratorio, además de la chimenea, imprescindible para mantener la estancia a buena temperatura. El resto de la familia puede tener su propia cámara o bien pueden dormir juntos en una sala amplia. Porque, a diferencia de lo que vemos en las películas, los castillos medievales no tienen casi habitaciones.
La intimidad es bastante infrecuente; de hecho, los soldados duermen todos juntos, sobre jergones, así como los sirvientes. Eso sí, según Jacques Le Goff, la limpieza de estas fortalezas era impecable (y aquí rompemos otro tópico sobre la Edad Media): los castillos estaban equipados con numerosas letrinas que daban servicio a todos los habitantes. Estos habitantes podían ser bastante numerosos; muchos castillos eran tan grandes y populosos como las aldeas circundantes, ya que albergaban dentro de sus muros a la familia del señor, a los soldados y a los sirvientes con sus familias.
Uno de los centros de reunión era, por descontado, la capilla. Todos los castillos poseían una, ya que el elemento religioso era inseparable de la vida cotidiana. En la capilla o iglesia se celebraba la liturgia y otras ceremonias importantes como bodas o bautizos, además de otras celebraciones de carácter más profano, como reuniones y nombramientos.
Las murallas, el foso y el puente levadizo
Los primeros castillos no eran casas, sino fortalezas. El señor habitaba en ellos, pero la principal función del edificio era defensiva. Por ello, su tipología era una tipología militar; algunos elementos imprescindibles eran las murallas, el foso y el puente levadizo.
Las murallas rodeaban todo el recinto y servían, obviamente, como defensa principal de la plaza. Solían ser altas y gruesas y disponían de un camino de ronda para los soldados. Las almenas, típicas en las representaciones de castillos medievales, cumplían una función también protectora, pues permitían a los soldados protegerse de las flechas enemigas. Los muros carecían, como es obvio, de ventanas; encontramos estrechísimas oberturas, las saeteras, con el espacio justo para permitir el lanzamiento de flechas desde el interior, pero, al mismo tiempo, impedir que penetraran los proyectiles de los asediantes.
Muchos castillos medievales solían tener un foso que rodeaba la construcción, que no siempre contenía agua. Este foso constituía una barrera natural que frenaba el avance del enemigo. Por otro lado, la entrada a la fortaleza era móvil; el puente levadizo se levantaba por las noches para evitar entradas indeseadas.
Castillos rurales, pero también urbanos
La típica imagen que tenemos del castillo medieval es rural, pero debemos tener en cuenta que también encontramos este tipo de construcciones dentro de las ciudades. Dos ejemplos son el Palais Royal y el Louvre, ambos en París y que, en su origen, fueron fortalezas medievales que se erigían en el corazón de la ciudad.
Habitualmente, los habitantes de estas fortalezas urbanas eran los reyes y los condes. Importante es señalar que, en la Edad Media, las cortes eran itinerantes; es decir, el rey o el noble en cuestión se desplazaba regularmente por sus dominios y no poseía un lugar de residencia fijo, como sí que sucedería en época moderna. Así, monarcas o nobles como Isabel I de Castilla o Leonor de Aquitania viajaban a menudo por los diferentes castillos distribuidos por sus tierras.
Aquí nos encontramos con otro de los tópicos sobre la Edad Media: que la gente no viajaba. Pues sí que lo hacía, y más de lo que creemos. Obviamente, no se trataba de viajes constantes (y rápidos) como los que podemos hacer hoy en día y, naturalmente, un campesino apenas salía de su aldea natal; pero sí que encontramos a nobles, reyes y reinas que están moviéndose continuamente, así como peregrinos que viajan de un lugar a otro. El hombre y la mujer medievales eran mucho más inquietos de lo que suponemos.
Los tipos de castillos medievales en Europa
Durante la Edad Media los castillos inundan el continente europeo. A pesar de que todos ellos comparten características comunes, no es menos cierto que en cada región adquirieron aspectos especiales, dependiendo del contexto y la realidad del lugar. Veámoslo brevemente a continuación.
1. Francia y Península Ibérica
Los castillos del área mediterránea presentan las características que todos tenemos presentes cuando pensamos en un castillo medieval. Anchas torres y largas murallas, todo construido en piedra. En general, esta tipología de castillo, podemos decir, “meridional”, da la impresión de una compacta mole de piedra, casi siempre situada en elevados promontorios.
Como ejemplos en Francia tenemos el castillo de Foix, cuya construcción inicial data del siglo X, y el castillo de Gaillard, una impresionante edificación que domina el río Sena a 100 km de París. La fortaleza de Gaillard fue erigida por orden de Ricardo Corazón de León, y en su momento fue mucho más grande e imponente que lo que se conserva en la actualidad.
En España, los ejemplos más paradigmáticos son el castillo de Loarre, una magnífica construcción del siglo XI que se ubica en Aragón, en la provincia de Huesca, así como el castillo de Frías, en Burgos, o el de Osma, en Soria.
Por otro lado, la conversión del castillo-fortaleza medieval al castillo-vivienda está ampliamente ejemplificada en los numerosos castillos que salpican el valle del Loira, en Francia. Ya hemos citado algunos ejemplos, como Chambord y Chenonceau, pero podemos añadir también Chaumont, Blois y Amboise. En la mayoría de estos castillos se insertan características del renacimiento italiano.
2. Italia
Las fortalezas medievales se pueden rastrear por toda la península italiana. A pesar de ser, obviamente, parte del área mediterránea, la realidad italiana es diferente, ya que ha recibido históricamente influencias del oriente bizantino, especialmente en la zona del Véneto.
El Castello di Soave, cuyos orígenes se remontan al siglo X, constituye un bellísimo ejemplo de arquitectura militar véneta del Medioevo.
Los castillos toscanos son también interesantes ejemplos de fortaleza italiana medieval. La fortaleza de Montalcino, de los siglos XIII -XIV, fue testigo de las encarnizadas luchas entre Güelfos (partidarios del poder papal) y Gibelinos (partidarios del emperador del Sacro Imperio Germánico). Sus bellas formas pentagonales ofrecen un maravilloso complemento de la panorámica del lugar. Por otro lado, el Castello dei Conti Guidi, en Poppi, es un magnífico ejemplo de construcción civil toscana del Trecento, a pesar de que sus orígenes se remontan al siglo XII.
3. El este de Europa
La tipología de fortalezas que nos encontramos en la Europa del este difiere significativamente de las que salpican el área mediterránea. Un ejemplo que ilustra perfectamente estas diferencias es el castillo de Malbork, en Polonia, levantado por la Orden Teutónica en el siglo XIII. Su nombre original era Marienburg, “Castillo de María” (en referencia a la Virgen). Es una impresionante fortaleza situada al norte del país, en la ribera del río Nogat, afluente del Vístula. Su estilo es gótico báltico, caracterizado por el profuso uso del ladrillo rojo, y representa el castillo más grande construido con este material.