Bajo el nombre de Postfeminismo se agrupan un conjunto de trabajos que asumen una postura crítica ante los movimientos feministas anteriores, al tiempo que reivindican la diversidad de identidades (y la libertad para elegirlas), más allá de la heterosexualidad y el binarismo sexo-género.
El Postfeminismo surge entre finales del siglo XX y los inicios del siglo XXI, y ha repercutido no solo en repensar el propio movimiento feminista, sino en ampliar las formas de identificarnos y de relacionarnos en distintos espacios (en las relaciones de pareja, la familia, la escuela, las instituciones de salud, etc.).
A continuación repasamos algunos de sus antecedentes, así como algunas de las principales propuestas.
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Rupturas con el feminismo anterior y algunos antecedentes
Después de varias décadas de luchas que habían sido importantes para avanzar en la igualdad de derechos, el feminismo hace una pausa y se da cuenta de que, en gran parte, estas luchas se habían enfocado en agrupar a las mujeres, como si ‘la mujer’ fuera una identidad y una experiencia subjetiva fija y estable.
A partir de ahí, se abren muchas preguntas. Por ejemplo, ¿qué es lo que hace que alguien sea considerada como ‘mujer’? ¿Es el cuerpo sexuado? ¿son las prácticas de la sexualidad? Mientras hemos luchado en nombre de ‘la mujer’, ¿hemos también reificado las mismas estructuras binarias que nos han oprimido? Si el género es un constructo social, ¿quién puede ser mujer? Y... ¿Cómo? Y, ante todo esto, ¿quién es el sujeto político del feminismo?
En otras palabras, el Postfeminismo se organizó bajo el consenso de que la gran mayoría de las luchas feministas anteriores se habían asentado en un concepto estático y binario de ‘la mujer’, con lo cual, muchas de sus premisas se orientaron rápidamente hacia un esencialismo poco crítico. Se abre entonces un nuevo camino de acción y de reivindicación política para el feminismo, basado en repensar la identidad y la subjetividad.
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Postestructuralismo y feminismo
Bajo la influencia del postestructuralismo (que reaccionó ante el binarismo estructuralista y que pone más atención a lo latente del discurso que a la propia lengua), se puso en juego para el feminismo la experiencia subjetiva de los seres hablantes.
El postestructuralismo había abierto el camino para una “deconstruccion” del texto, lo cual se aplicó en última instancia para pensar a los sujetos (sexuados), cuya identidad se había dado por preestablecida.
Es decir, el Postfeminismo se pregunta por el proceso de construcción de la identidad, no solo de sujeto sexuado ‘mujer’, sino de las propias relaciones que han estado marcadas históricamente por el binarismo sexo-género.
Así, ponen en consideración que dicho sistema (e incluso el propio feminismo) se había asentado en la heterosexualidad como práctica normativa, lo que significa que, de entrada, estamos instaladas en una serie de categorías excluyentes, cuya finalidad es la de configurar nuestros deseos, nuestros conocimientos y nuestros vínculos hacia relaciones binarias y frecuentemente desiguales.
Ante un sujeto disperso e inestable, el feminismo, o más bien, los feminismos (ya en plural), se vuelven también procesos en permanente construcción, que mantienen una posición crítica ante los feminismos considerados como ‘coloniales’ y ‘patriarcales’, por ejemplo, el feminismo liberal.
La pluralidad de las identidades
Con el Postfeminismo terminan de destaparse la multiplicidad de significantes que hacen que no haya unicidad en el “ser mujer”, y tampoco en el “ser hombre”, ser “femenina/o”, “masculino/a”, etc. El Posfeminismo transforma esto en una lucha por la libertad para elegir una identidad, transformarla o experimentarla, y hacer reconocer el propio deseo.
Así, se posiciona como una apuesta por la diversidad, que intenta reivindicar las diferentes experiencias, y los diferentes cuerpos, deseos y modos de vida. Pero esto no puede ocurrir en el sistema sexo-género tradicional y disimétrico, por lo que es necesario subvertir los límites y las normas que han sido impuestas.
Las propias feministas se reconocen como constituidas por distintas identidades, donde nada es fijo ni determinado. La identidad de los sujetos sexuados consiste en una serie de contingencias y de experiencias subjetivas que ocurren de acuerdo con la historia vital de cada quien; más allá de estar determinada por los rasgos físicos que se han reconocido históricamente como ‘rasgos sexuales’.
Por ejemplo la identidad lésbica y trans, así como la masculinidad femenina, cobran especial relevancia como una de las luchas principales (que habían pasado desapercibidas no sólo en la sociedad patriarcal y heteronormada, sino en el propio feminismo).
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Teoría Queer y cuerpos trans
La sociedad es un espacio de construcción de la sexualidad. A través de discursos y prácticas se normalizan deseos y vínculos que en gran medida legitiman la heterosexualidad y el binarismo de género como el único posible. Esto genera también espacios de exclusión para las identidades que no se acomodan a sus normas.
Ante esto, la Teoría Queer reivindica lo que se había considerado como ‘raro’ (queer, en inglés), es decir, toma las experiencias sexuales que son diferentes a las heteronormadas -las sexualidades periféricas-, como categoría de análisis para denunciar los abusos, las omisiones, las discriminaciones, etc., que han delimitado los modos de vida en occidente.
Así, el término ‘queer’, que solía utilizarse como insulto, es apropiado por las personas cuyas sexualidades e identidades habían estado en la periferia, y se vuelve un potente símbolo de lucha y de reivindicación.
Por su parte, el movimiento de personas intersexo, trasgénero y transexo, cuestiona que la masculinidad no ha sido cosa exclusiva del cuerpo del hombre heterosexual (el cuerpo sexuado en masculino); ni la feminidad algo exclusivo del cuerpo sexuado en femenino, sino que a lo largo de la historia, ha habido una gran multiplicidad de formas de vivir la sexualidad que han estado más allá del sistema heterocentrado.
Tanto la Teoría Queer como las experiencias trans convocan a la diversidad de identidades de los cuerpos biológicos, así como a la multiplicidad de prácticas y orientaciones sexuales que no habían sido previstas por la normativa heterosexual.
En resumidas cuentas, para el Postfeminismo la lucha por la igualdad ocurre desde la diversidad y desde la oposición al binarismo disimétrico sexo-género. Su apuesta es por la libre elección de la identidad en contra de la violencia a la que están sistemáticamente expuestos quienes no se identifican con las sexualidades heteronormativas.
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