El Camino de Santiago es, probablemente, uno de los destinos más populares en la actualidad. Lo que en su origen fue una peregrinación, trazada por numerosos peregrinos que deseaban alcanzar algún favor divino o expiar algún pecado, es hoy en día un viaje que deporta numerosas y variadas sorpresas: maravillas culturales, paisajes extraordinarios y la oportunidad de conocer a personas de distintas procedencias.
Quizá te preguntes cuándo, cómo y por qué se inició la peregrinación a Santiago de Compostela. En este artículo intentamos resolver tus dudas y te proponemos un viaje hacia el origen del Camino de Santiago.
El origen histórico del Camino de Santiago
Desde los orígenes de la cristiandad, las reliquias de santos y santas han formado parte de la devoción popular. No mucho después de la muerte de Cristo y de sus primeros seguidores comenzaron a proliferar los hallazgos de restos de personajes que habían ejercido un papel importante en la historia del cristianismo.
Existen diferentes tipos de reliquias; las hay que corresponden a fragmentos del cuerpo, como huesos, cabello, dientes o cráneos, pero también encontramos las llamadas “reliquias por contacto”, que se convierten en sagradas porque, supuestamente, han sido tocadas por un personaje santo. Es el caso de mantos, partes del calzado u objetos que la persona en cuestión poseía durante su vida.
Durante la Edad Media, la tenencia de reliquias fue algo fundamental para garantizar la riqueza de una ciudad o de un territorio. Guardar algún resto santo aseguraba el flujo de peregrinos, y eso significaba ganancias económicas para los habitantes del lugar, puesto que estos peregrinos pernoctaban y comían en hostales. Además, debemos recordar que, en aquella época, era necesario contar con una reliquia para poder consagrar una iglesia, por lo que la necesidad de poseer restos sagrados se hacía más acuciante si cabe.
La gran importancia de la posesión de reliquias (no sólo a nivel espiritual, sino también económico), comportó un tráfico considerable de restos supuestamente sagrados durante los años de la Edad Media. La falsificación y la sustitución de este tipo de elementos estaban a la orden del día; este es uno de los motivos por los que, actualmente, existan tantas reliquias repartidas por el mundo, cuya historia y origen están repletos de enormes contradicciones.
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El primer peregrino jacobeo fue un rey
Cuenta la leyenda, recogida en la crónica Concordia Antealtares (escrita en 1077), que, hacia el año 813, un ermitaño de nombre Pelayo o Paio vio aparecer en el cielo unas luces extrañas, cuyo resplandor empezó a repetirse noche tras noche. A menudo, a las luminarias les sucedían apariciones de ángeles, por lo que Pelayo estuvo seguro que se le estaba entregando un mensaje desde el Cielo.
No sólo el ermitaño había presenciado las luces. Surgieron otros testigos del milagro, por lo que el obispo de Iria Flavia, Teodomiro, se interesó vivamente por el fenómeno. Después de comprobar por él mismo la aparición de las luces nocturnas, el obispo decretó un ayuno oficial de tres días y marchó hacia el lugar que indicaban las luminarias con un puñado de fieles. Allí, según sostiene la Concordia Antealtares, se descubrió el sepulcro del apóstol Santiago.
Parece ser que fue el propio Teodomiro quien dio aviso del hallazgo a Alfonso II el Casto, que entonces ocupaba el trono de Asturias. En una copia de un diploma del monarca, fechada en el siglo XII (es decir, un siglo más tarde), se da 834 como el año en que se le comunica al rey el descubrimiento del sepulcro. En el mismo documento se da fe de que Alfonso acudió a venerar las reliquias del apóstol junto a un séquito de nobles de su corte y dio orden de levantar una basílica en el mismo lugar del hallazgo.
La historia ha recordado a Alfonso II como el primer peregrino jacobeo, aunque es muy probable que fuera algo más que la fe lo que impulsó al monarca a promocionar la peregrinación. El descubrimiento de la tumba de Santiago Apóstol garantizaría, por supuesto, el flujo de peregrinos hacia sus territorios, lo que conllevaría la consolidación de sus fronteras y el aumento de sus riquezas. Por otro lado, la consolidación de una ruta cristiana en el norte de la península garantizaba también la permanencia del cristianismo en la zona; recordemos que el resto del territorio ibérico estaba en esa época en poder de los musulmanes.
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¿Son verdaderamente los restos de Santiago?
La primera pregunta que puede asaltarnos es la siguiente: ¿cómo puede ser que Santiago estuviera enterrado en Galicia, cuando su martirio se produjo en Jerusalén?
La respuesta parece estar en el libro tercero del Códice Calixtino, llamado precisamente Liber de translatione corporis sancti Jacobi ad Compostellam (Libro del traslado de Santiago a Compostela), donde se cuenta que, tras el martirio y la muerte del apóstol, los discípulos se hacen con su cuerpo y suben con él a una embarcación. Tras varios días de travesía (siete, en concreto), los fieles y los restos del apóstol llegan a Iria Flavia, una ciudad romana situada en Gallaecia.
La historia de Santiago del Códice Calixtino, escrito en el siglo XII, es una recopilación de narraciones más antiguas que se habrían transmitido oralmente desde los inicios de la cristiandad. La mención más antigua que sitúa al apóstol en tierras hispánicas es el Breviario de los Apóstoles, un texto redactado en el siglo VI que aseguraba que Santiago había predicado en tierras hispánicas, que allí había fallecido y que estaba enterrado en un lugar llamado Arca Marmárica. La historia corrió por toda Europa, espoleada por el De ortu et obitu Patrum de San Isidoro de Sevilla, donde el obispo recogía la historia de la predicación de Santiago en Hispania. Según la primera tradición, por tanto, la famosa Traslatio Jacobi (Traslado del cuerpo de Santiago) desde Jerusalén a Galicia nunca se produjo.
Sin embargo, esta versión entraba en franca contradicción con el libro de los Hechos de los Apóstoles, que aseguraba que el lugar de martirio y de muerte de Santiago había sido Jerusalén. Por tanto, era evidente que el cuerpo del apóstol había sido, efectivamente, trasladado hasta Hispania, y así se reflejó en las historias posteriores, debidamente aderezadas con elementos completamente legendarios.
La pregunta es, pues, la siguiente: ¿son verdaderamente los restos de Santiago los que yacen en la actual catedral de Santiago de Compostela?
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La popularización de la ruta jacobea
Aunque la peregrinación a Santiago empezó a adquirir fama en los primeros siglos de la Edad Media, el auge de su popularidad se dio en el siglo XI, cuando el papa Calixto II y la abadía de Cluny apoyaron firmemente la ruta jacobea.
Entre las causas del interés creciente por el Camino de Santiago tenemos la creciente dificultad con que se encontraban los peregrinos a la hora de acudir a los otros grandes centros de peregrinación de la cristiandad: Roma y Jerusalén. La primera se hallaba completamente entregada a la lucha entre el papa y el emperador del Sacro Imperio, en detrimento de la espiritualidad; la segunda, aunque conquistada recientemente por el ejército cruzado, aún suponía un riesgo considerable para cualquier peregrino que quisiera llegar hasta allí.
Por otro lado, los siglos XI y XII son los siglos del despegar de las ciudades. El panorama cultural y económico medieval estaba cambiando, y la vida urbana empezaba a adquirir una importancia no vista desde los tiempos clásicos. En consecuencia, son muchos los peregrinos que parten de las ciudades con Santiago de Compostela como meta. Una meta que ha perdurado hasta nuestros días, aunque haya perdido, prácticamente en su totalidad, el significado espiritual y religioso de los tiempos medievales.