Gustav Klimt (1862-1918) es probablemente el nombre más conocido de la Secesión Vienesa o Sezessionstil. Sus obras, caracterizadas por unos fondos de pan de oro que remiten a antiguos iconos bizantinos y por figuras blancas y sinuosas de mujeres-hada, son famosas en el mundo entero. Especialmente trabajos como El beso (Der Kuss, 1907-1908) o La dama dorada (Retrato de Adele Bloch-Bauer, 1907) han sido reproducidos a gran escala y sus reproducciones se encuentran en muchas de las casas de todo el mundo.
Pero la Secesión de Viena no es sólo Gustav Klimt.
Sí que es cierto que el artista fue uno de sus fundadores y su primer presidente, así como el más reconocido (y criticado) ya en vida. Pero el movimiento secesionista vienés va mucho más allá, y se extiende al cartelismo, la arquitectura y el diseño, en un intento de conseguir un “arte total” (un Gesamtkunstwerk, como lo llamó Otto Wagner). Si quieres saber más sobre la Secesión Vienesa, su origen y sus características y qué significó para la Viena de finales del siglo XIX y principios del XX, sigue leyendo. Te invitamos a un viaje por uno de los movimientos más fascinantes de la historia del arte.
¿Qué es la Secesión Vienesa?
En abril de 1897, un grupo de artistas pertenecientes a la Compañía de Artistas de Viena se escinde voluntariamente para crear un grupo independiente. Gustav Klimt está a la cabeza (por cierto, también fue uno de los fundadores de la Compañía), pero a su lado se encuentran también otros artistas como Kolo Moser (1868-1918), Josef Hoffmann (1870-1956) y Joseph Maria Olbrich (1867-1908), el arquitecto que dará forma al edificio-sede de la Secesión.
Hacía tiempo que existían ciertas discrepancias entre la Compañía y estos artistas disidentes, especialmente acerca del papel del arte en la sociedad y de cómo representarlo. Así pues, la Secesión, como su nombre bien indica, representó una escisión voluntaria que dio origen a un grupo de creadores que pretendían seguir adelante con sus propios ideales artísticos.
¿Cuáles eran estos ideales? Para entenderlos, debemos situarnos en el contexto. Estamos a finales del siglo XIX, y las nuevas ideas culturales bullen por doquier. En Francia, artistas como Gauguin, Van Gogh o Cézanne están revolucionando el mundo de la pintura. El simbolismo también se ha colado con fuerza en el arte e impregna muchas de las creaciones. Por otro lado, el concepto del “arte por el arte”, abanderado por escritores como Oscar Wilde (1854-1900), pretende alzar un grito de protesta contra el mercantilismo y la industrialización de la sociedad. Y, por su parte, el movimiento conocido ampliamente como Art Noveau propugna el regreso a la artesanía, la fantasía y la inspiración en el pasado y en lo exótico.
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¿Es la Secesión Art Noveau?
A menudo se engloba este movimiento austríaco dentro del ya mencionado Art Noveau, principalmente por su intención, compartida con este, de alejarse de la sociedad industrializada y mecánica. Sin embargo, y a pesar de que comparten cosas en común, existen ciertas diferencias significativas que no podemos pasar por alto. Un dato revelador es que los propios fundadores de la Secesión renunciaban al Art Noveau, principalmente por considerarlo un “arte extranjero”.
El Sezessionstil bebe, como el Art Noveau, del simbolismo y de mundos de fantasía para plasmar sus obras. Como aquel, toma elementos decorativos a menudo exagerados, como el pan de oro, los yesos y la mezcla de materiales. Sin embargo, existen algunas diferencias claras entre uno y otro. Veámoslas.
En primer lugar, y a diferencia de la inspiración “orgánica” del Art Noveau, el arte de la Secesión apuesta más por unas líneas rectas y geométricas, muy cercanas al cuadrado y al cubo, que son un clarísimo precedente del futuro arte racionalista. Un claro ejemplo de ello es el pabellón de exposiciones del grupo, creado por Joseph Maria Olbrich en 1898 y que acogió la primera exhibición del movimiento. De este pabellón hablaremos más adelante, puesto que consiste una auténtica obra maestra secesionista.
Por otro lado, la Secesión Vienesa otorga una enorme importancia a los elementos tipográficos claros y uniformes. Los diseños son limpios, bastante alejados del, a menudo, rocambolesco estilo modernista de otras latitudes. Las figuras, asimismo, son planas, y abundan los espacios en blanco (como puede observarse en el famoso Friso de Beethoven de Klimt, ubicado en el pabellón).
Así pues, y a pesar de compartir elementos, la Secesión Vienesa supone, en realidad, un rechazo del Art Noveau imperante y una búsqueda de una propia expresión nacional austríaca. Expresión que, por cierto, se extenderá por otros países de habla alemana, como, por ejemplo, la conocida como Secesión de Berlín, creada un año más tarde que la de Viena.
El pabellón de la Secesión y el Friso de Beethoven
Joseph Maria Olbrich levantó, entre 1897 y 1898, el que sería el auténtico símbolo de la Secesión Vienesa: el Blattwerk-Kuppel, el pabellón donde se ubicarían las exposiciones del grupo. Reconocible a distancia por su curiosa “cúpula” (llamada por los vieneses El repollo dorado), se trata de una síntesis perfecta de los preceptos del nuevo movimiento.
El edificio se construye mediante limpias líneas rectas que rebosan un marcado clasicismo. Podemos hacer una rápida comparación entre este equilibrio y el del Pabellón Alemán de Mies van der Rohe y Lilly Reich, de Barcelona, una obra muy posterior pero que posee a su vez una perfección neta de líneas y volúmenes. En el caso del Pabellón de la Secesión, la rectitud y la monocromía de las tonalidades blancas de las paredes y techo se combina con unos dorados estridentes, visibles especialmente en el “repollo” que corona la entrada (una especie de esfera compuesta por hojas entremezcladas) y la profusa decoración de la pared de la entrada, realizada también con hojas doradas y sus respectivos tallos.
El clasicismo se ve acentuado por los rostros en relieve que también coronan la entrada, donde, por cierto, y en letras igualmente doradas, podemos leer el lema de la Secesión: Der Zeit ihre Kunst, der Kunst ihre Freiheit (A cada época su arte, a cada arte su libertad). Bastante explícito y descriptivo para una asociación de artistas que pretendía crear libremente, sin tapujos y sin dar crédito a lo que la sociedad esperaba de ellos.
Actualmente, en el Pabellón se expone el Friso de Beethoven, una de las obras más famosas de Gustav Klimt. La obra fue pintada directamente sobre la pared, con el objetivo de exponerla junto a la XIV exhibición de arte de la Secesión, en 1902. Las críticas, sin embargo, fueron feroces.
Se ensañaron especialmente en las figuras escuálidas del friso (especialmente, las de las tres Gorgonas y la de la Tristeza que, en cuclillas, se cubre el delgado cuerpo con las manos). El rechazo se puede comprender si tenemos en cuenta que lo que el público esperaba ver era una representación alegórica de la Novena Sinfonía de Beethoven. Porque, aunque Klimt realizó un extraordinario trabajo simbólico, la nula idealización de los cuerpos desnudos y su inquietante contorsión provocaron “asco” en los visitantes, que tacharon la obra de “repugnante”.
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Los protagonistas de la Secesión
Hemos nombrado los miembros más sobresalientes de la Secesión Vienesa. A continuación, daremos un breve repaso a su vida y a su obra.
Gustav Klimt (1862-1918), el gran líder
El artífice indiscutible de la Secesión en Viena y posiblemente el más celebrado y recordado. Nacido en la capital del imperio austríaco a mediados del siglo XIX, hijo de un artesano de Bohemia, Klimt se acostumbró desde pequeño a tener contacto con el arte y a amarlo. De joven fundó, con su hermano Ernest y otro compañero de estudios, la Compañía de Artistas, de la que más tarde se escindiría para alumbrar la Secesión.
Independiente, misterioso, contradictorio, Klimt es una figura enigmática para los historiadores, puesto que en vida dijo muy poco sobre él mismo. Se sabe que tuvo numerosas amantes (la mayoría, sus propias modelos) de las que tuvo seis hijos. Sin embargo, la mujer más importante de su vida fue su cuñada Emilie Flöge (1874-1952), que sería su compañera y amiga hasta el final de su vida.
Koloman “Kolo” Moser (1868-1918), prolífico diseñador
Moser fue uno de los diseñadores más destacados de la Secesión, autor de publicaciones, joyas, muebles y vajilla, entre otros variadísimos elementos. Su catálogo de 1902, Die Quelle (El origen), representó uno de los referentes en el diseño de principios de siglo.
Fundó junto a Josef Hofmann, el otro gran secesionista vienés, los Wiener Werkstätte (Talleres vieneses), donde se diseñaban y fabricaban objetos cotidianos, en un claro precedente de la Bauhaus alemana.
Josef Hofmann (1870-1956), arquitecto y artista visionario
Hofmann fue alumno del arquitecto Otto Wagner (1841-1918), el que inmortalizó el término de Gesamtkunstwerk u “obra de arte total”. Con él y otros profesores adquirió conceptos funcionalistas que más tarde pudo plasmar en su obra arquitectónica y en sus diseños, a los que imbuyó de modernidad.
Con su compañero de la Secesión Kolo Moser fundó los Talleres de Viena, para los que llegaron a trabajar más de cien personas, entre ellas, el también famoso artista Egon Schiele (1890-1918).
Joseph Maria Olbrich (1867-1908), el artífice de la sede
Si por algo es conocido Olbrich es por su obra magna, el Pabellón de la Secesión, que todavía despierta admiración entre los visitantes de la ciudad austríaca. Concebido como una síntesis entre las líneas rectas y la decoración fantasiosa, se trata de uno de los mayores ejemplos de producción artística de la Secesión.