¿Cuántas veces te has sentido insuficiente por no poder llegar a todo? ¿Cuántas veces al día sientes que todas las tareas pendientes te abruman? ¿Cuántos días te vas a dormir exhausta intentando cumplir con todo y con la sensación de no llegar a nada?
Lamentablemente esta es la realidad de muchas madres. Vivimos en una sociedad en la que se ejerce mucha presión sobre las mujeres y su desempeño. Esto lleva a muchas de ellas a aspirar a ser perfectas en todos los ámbitos de su vida y el malestar que se desencadena es muy elevado.
En este artículo te explicamos por qué no necesitas ser una madre perfecta. Hablamos sobre perfeccionismo y sus consecuencias, pero sobre todo, te profundizamos en la idea de que ser suficientemente buena está bien. Explicamos qué significa esto y cómo conseguirlo.
La trampa del perfeccionismo en la maternidad
Muchas mujeres sienten que su entorno espera de ellas la perfección. Culturalmente se han asociado muchas ideas al concepto madre que se han arraigado en el pensamiento colectivo. Estos ideales inalcanzables se expanden mediante las redes sociales —y la idealización de las vidas ajenas que en ellas se produce—, la televisión y las creencias populares. Pero también se perpetúan con las expectativas de género.
Lamentablemente, la mayor parte de las madres se sienten juzgadas por su entorno en diversos momentos de la crianza —o incluso desde el embarazo—. Esta presión externa les lleva a querer hacerlo todo perfecto. En muchos casos, el perfeccionismo es una forma de protegerse para evitar críticas y/o rechazo.
La creencia de que una mujer madre debe ser siempre feliz, amorosa y dispuesta a sacrificarlo todo por su familia está muy extendida culturalmente. Sin embargo, es poco realista y no tiene en cuenta la individualidad de la mujer más allá de su rol como madre.
El principal problema del perfeccionismo es que las expectativas son tan altas que no es imposible cumplirlas. Y, finalmente, el hecho de no llegar a todo se vive como un fracaso personal y esto genera mucho sufrimiento.
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El perfeccionismo es un malestar invisible
En nuestra sociedad actual, muchas veces tiende a considerarse que el perfeccionismo es una virtud. Esto nos lleva a romantizar tendencias que drenan nuestra energía, nos dejan agotadas y acaban dejando muy poco espacio para la espontaneidad. Habitualmente, se acaba generando ansiedad, una autoexigencia brutal y una autocrítica despiadada en adición a más sintomatología y problemáticas diferentes.
Cuando esto sucede en la maternidad, muchas veces es difícil detectarlo porque esas mujeres parecen llevarlo "todo bien" o "al día". Sin embargo, ellas, en la mayoría de ocasiones, se sienten abrumadas e insuficientes.
Aunque es un malestar que puede pasar muy desapercibido para el entorno, estudios recientes señalan que el perfeccionismo es uno de los factores más vinculados con la depresión y la ansiedad tanto en el embarazo como en el posparto. Las madres con más tendencia al perfeccionismo tienen más miedo de cometer errores y, además, sienten que deben ocultar los signos de dudas y el cansancio.
Eso puede tener un impacto en el vínculo con la criatura. Cuánto más atrapada está la madre en sus pensamientos perfeccionistas —y las reacciones físicas que se producen—, más difícil puede ser para ellas atender de forma sensible las necesidades reales de la criatura. Como consecuencia, puede producirse un ciclo en el que el bebé llore más, le cueste más dormir y regularse y esto genera más inseguridad y sufrimiento en la mujer —que lleva a más pensamientos y a la sensación de no ser suficiente—.
¿Qué significa ser "suficientemente buena"?
En la década de 1960, el pediatra y psicoanalista Donald Winnicott afirmó que los bebés no necesitan una madre perfecta, sino una madre suficientemente buena. El autor observó que las madres no pueden atender a todas y cada una de las demandas de sus criaturas simplemente porque somos humanas y tenemos recursos limitados.
Si bien es cierto que al principio es necesario responder de forma sensible y estar disponible para sostener a la criatura tanto emocional como físicamente, con el paso del tiempo —y de forma natural— empiezan a no atender todos y cada uno de los malestares de la criatura. Winnicott considera que esto es esencial para el desarrollo de la criatura puesto que, poco a poco, le permite aprender a tolerar la frustración y crear herramientas para regularse.
Además, según el autor, estas experiencias también permiten que el niño o la niña vayan creándose una imagen del mundo más ajustada a la realidad y vaya comprendiendo que es imprevisible e imperfecto. Dicho de otra forma, una madre suficientemente buena es aquella que es sensible con su criatura y le acompaña la mayor parte de veces, que le cuida sin sobreproteger y sin anular.
Se considera que el hecho de ser imperfectas, lejos de convertirnos en malas madres, forma parte de una crianza saludable porque enseña a la criatura que puede haber interrupciones en el vínculo, pero que se pueden reparar. Los errores esporádicos en los que no hay intencionalidad de generar daño no "desmontan" todo lo que construimos día a día con nuestra presencia, sensibilidad, seguridad y sostén.
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¿Cómo empezar a ser "suficientemente buena"?
Para muchas mujeres, la idea de ser "solo" una madre "suficientemente buena" puede ser incluso aterradora. Dado que la perfección está tan vinculada con la maternidad a nivel cultural, muchas personas pueden vivir el hecho de no buscar la perfección casi como rendirse o incluso renunciar a ser una buena.
Es importante identificar estos pensamientos perfeccionistas y recordar que los expertos en el tema defienden que la salud mental materna es importante en la crianza y que tanto la Salud como el vínculo se dan cuando hay espacio para poder ser de forma auténtica. Y esto implica que, en muchas ocasiones, necesitaremos pedir ayuda, reconocer que estamos cansadas y eso no nos hace menos válidas.
El valor de una madre no reside en las tareas que completa, ni en cumplir con las expectativas ajenas. Lo que realmente necesitan nuestros hijos es nuestra presencia honesta, que estemos disponibles emocionalmente, atendamos de forma sensible sus necesidades y reparemos cuando sea necesario.
Todo esto implica que es importante observarnos a nosotras mismas, identificar nuestras necesidades reales, establecer metas y objetivos realistas, aprender a decir que no y también a delegar. Además, es crucial que empecemos a valorar todo aquello que sí hacemos y conseguimos en lugar de enfocarnos únicamente en aquello que "falta".
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